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Como reteniéndole en casa no se iba de todos modos a la cama hasta que rayaba el alba, y pasaba la noche trasteando por las habitaciones, y como el vicio de trasnochar por solo es de los más baratos que se conocen, la ingeniosa señora le dejaba retirarse a la hora que quisiera. Permanecía en el café de la Marina con los últimos parroquianos.

Yo quise calmarle, pero como extrañase las mías, y también extrañase al jinete, despreciándole tal vez, se alborotó más y más y empezó a dar resoplidos, a hacer corvetas y aun a dar algunos botes; pero yo me tuve firme y sereno, mostrándole que era su amo, castigándole con la espuela, tocándole con el látigo en el pecho y reteniéndole por la brida.

Amalia le mortificaba infinitamente reteniéndole cuando los tresillistas le aguardaban. Entonces no respondía acorde a sus preguntas, sonreía por máquina y dirigía frecuentes y codiciosas miradas a la mesa donde sus compañeros gozaban ya las dulzuras de alguna vuelta con palo de favor. Moro, siéntese usted aquí; vamos a charlar un rato. Moro temblaba: se le venía el mundo encima.

Más que bofetada fue un empujón; pero el endeble esqueleto de Rubín no pudo resistirlo; puso un pie en falso al retroceder y se cayó al suelo, diciendo: «Te voy a matar... y a ella también». Revolcose en la tierra; se le vio un instante pataleando a gatas, diciendo entre mugidos... «¡ladrón, ratero... verás!...». Santa Cruz estuvo un rato contemplándole con la calma fría del ofuscado asesino, y cuando vio que al fin conseguía levantarse, se fue hacia él y le cogió por el pescuezo, apretándole sañudamente cual si quisiera ahogarle de veras... Reteniéndole contra el suelo, gritaba: «Estúpido... escuerzo... ¿quieres que te patee...?».

Ahora tendrás ya deseos de irte a la cama, ¿verdad?... Vaya, pues a la cama, hijo mío, a la cama..... No quiero retenerte más..... a la cama, a la cama..... Sin embargo, seguía reteniéndole entre las rodillas. Al fin Miguel, forzándolas un poco, logró salir de ellas, y se dirigió a la puerta. Cuando ya estaba cerca, volvió a llamarle su padre.

Este se estremece; su rostro enrojecido se pone lívido; en sus ojos brilla un resplandor de espanto; tiembla, extiende los brazos como para defenderse, y retrocede, vacilando, dos o tres pasos. Martín siente que se apacigua su cólera. El deplorable espectáculo despierta su compasión. Sigue a Juan, y, reteniéndole por el brazo, le dice con voz llena de ternura: Ven, hermano; es tarde; vamos a casa.

Seremos amigos ¿verdad? le dijo la hermosa dama reteniéndole por la mano . Muchos recuerdos a su hermanita. Necesito darle una satisfacción de aquella brusca y extraña visita, y se la daré. Dígale usted que uno de estos días la voy a sorprender en medio de sus faenas caseras.... Me interesan ustedes muchísimo, dos hermanitos tan jóvenes viviendo solos.... Adiós, Alcázar: lo dicho.