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En el centro del corro el mofletudo y enrojecido rostro del juglar, cantando con mucha expresión las populares estrofas; el grupo de oyentes, el arquero Simón llevando el compás con la cabeza y con la mano, y el exnovicio Tristán, que no era de los menos complacidos con el canto de maese Lucas, á juzgar por la sonrisa que animaba su rostro bonachón.

Tenía el rostro enrojecido, los ojos trémulos y chorreantes. De un rizo de su cabellera pendía una lágrima. Adivinó que debía estar horrible; pero ¿qué le importaba?... , le amo; es lo que más amo en el mundo... Por él sigo viviendo. Sin él me mataría... Pero no es lo que te imaginas... no lo es.

Este se estremece; su rostro enrojecido se pone lívido; en sus ojos brilla un resplandor de espanto; tiembla, extiende los brazos como para defenderse, y retrocede, vacilando, dos o tres pasos. Martín siente que se apacigua su cólera. El deplorable espectáculo despierta su compasión. Sigue a Juan, y, reteniéndole por el brazo, le dice con voz llena de ternura: Ven, hermano; es tarde; vamos a casa.

Mis ojos le veian en un tiempo feliz, yo no donde; pero siempre encontrarle ellos sabian... ¡Hoy no le encuentro ya! ¿Dónde se esconde? Suave el dorado virginal cabello, puros y azules los rasgados ojos, blanca la tez, enrojecido el labio, lánguido el talle. ¡Cuántas bellezas por mi mal nacidas! ¡Cuántos tesoros, para vedados! Tiemblo, mujer, al recordarte ausente, tiemblo y suspiro.

Entonces leía párrafos del libro de oro, que se le entraban en el alma a manera de hierro enrojecido en la carne: «¿Por qué temes, pues, tomar la cruz, por la cual se va al reino?

Los hombres peleaban en las cubiertas de los buques o en los esquifes que flotaban junto a ellos; el mar, enrojecido por la sangre o las llamas de los barcos, estaba matizado de centenares de cabecitas de náufragos, que a su vez luchaban sobre las olas.

Todo el mundo la miraba con sorpresa, sin adivinar su propósito. Los mechones del pelo lacio se le habían pegado, con las lágrimas, sobre las sienes; la tristeza y la indignación se pintaban juntas en su semblante enrojecido. Pudo al fin hablar. ¿Y , con esta tranquilidad, vas a casarte? Adriana comprendió al punto su intención.

El ingeniero vió elevarse sobre la proa un gran abanico de humo negro y amarillento atravesado por muchos objetos obscuros que se esparcían en semicírculo. Esta cortina densa tomó un color de sangre al cubrir el horizonte enrojecido por la puesta del sol.

El pianista veía los puertos solitarios de los países históricos y muertos, con sus rondas de gaviotas sobre la tranquila copa azul; las bahías gigantescas llenas de humo y actividad de la América del Norte; las riberas antillanas, con sus bosques de cocoteros, negros sobre un cielo enrojecido por el ocaso; las islas del Pacífico, de duro coral, formando un anillo en torno de un lago interior... ¡Y aquel mago omnipotente confesaba la pérdida de sus riquezas!...

En el palacio del obispo brillaban como láminas de acero enrojecido los cristales de los miradores, cual si reflejasen un incendio.