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Actualizado: 31 de mayo de 2025
El buque cabeceaba perezosamente, con largos intervalos de calma, sobre las extensas ondulaciones de un mar denso, centellante, enrojecido como metal en fusión. Ni el más leve soplo agitaba las lonas de la cubierta, tendidas de las barandas hasta el techo como un tabique rígido, obscuro y ardiente.
Venía un colono y le decía: Señor; Joaquín el martinetero, ha cortado ayer las cañas del nogal que colgaban sobre su huerta. ¡Pero el nogal era mío! exclamaba don Pedro enrojecido súbito por la cólera y sorpresa. Sí, señor... pero como colgaban sobre su huerta... ¿Cómo se ha atrevido ese pillo a tocar en una cosa que es mía, mía?
Sonó otro aullido, pero Jaime volvió a encogerse de hombros. Podía gritar lo que quisiera su desconocido retador... Pero ¡ay! ¡imposible leer! ¡inútil esforzarse por fingir tranquilidad!... Los aullidos repetíanse ahora rabiosamente, como los cacareos de un gallo furioso. Jaime creyó ver el cuello de aquel hombre, hinchado, enrojecido, con los tendones vibrantes por la cólera.
Los de más allá, en el último grado del embrutecimiento y de la embriaguez, se entretienen en machacar entre dos balas la mano de un marinero a quien la borrachera ha matado. Y una porción de juegos más, a cual más original y delicado. Los gemidos, los gritos de rabia y de loca alegría se confunden y se acuerdan. El puente está enrojecido de sangre o de vino. ¡Qué importa!
»¡Gran contienda se inaugura entre la barbarie y la cultura, entre las sombras y la luz, entre Cristianos y Muslimes! Preparado está el mundo y dispuesto para grandes cosas, como el hierro que sale de la fragua enrojecido y solo espera la nueva forma que van á darle sobre el yunque. »El Franco y el Arabe son la tenaza que le tiene asido, y cada cual levanta sobre él su martillo.
Circula por el vagón el nombre de una de las viajeras. Es una duquesa de la corte de Inglaterra, una amiga de la difunta reina Victoria, cincuenta años de historial británico encerrados en un cuerpo que debió ser hermoso y ahora aparece algo hinchado por la edad y plebeyamente enrojecido.
No obstante, para tranquilidad de mi conciencia, me sumerjo de nuevo completamente; luego, satisfecho de haber cumplido con mi deber, me precipito hacia la orilla, que salvo con rapidez, enjugo mi cuerpo enrojecido por el frío y me cubro de prisa con mis ropas todavía calientes.
Seguía llorando; el joven esperaba que las lágrimas la librasen del dolor que le oprimía los pulmones y le atravesaba la frente como si fuese un clavo enrojecido. Pronto se convenció de que la crisis iba en aumento. Feli, tendida en la cama, ya no movía su cabeza de un lado a otro con penoso vaivén.
Y corriendo rápidamente la espada, dejando caer su pomo en el suelo, y bajo el seno poniéndose la dura punta, se arrojó sobre ella, y con tal rapidez y tal violencia, que a la otra parte asomó casi en el mismo punto un palmo de enrojecido acero. Gritó Cervantes, como por su dolor los condenados gritan.
Si las que están en este caso tienen astas, se aplica á una de ellas el primer marco enrojecido al fuego; si no las tienen todavía, se las tumba en el suelo, y con el marco segundo, chisporroteando, aplicado á la nalga derecha, se les hace dar cada berrido de dolor, y se levanta un tufillo de carne asada, que no hay más que pedir.
Palabra del Dia
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