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No le costaba a ella poco trabajo vigilarla y esconderla de las codiciosas miradas y rapaces manos de Alfonsín, que, si lo dejaran, la rompería para coger el dinero y gastarlo todo en triquitraques... o comprar un carro de mudanza con caballos de verdad.

Amalia le mortificaba infinitamente reteniéndole cuando los tresillistas le aguardaban. Entonces no respondía acorde a sus preguntas, sonreía por máquina y dirigía frecuentes y codiciosas miradas a la mesa donde sus compañeros gozaban ya las dulzuras de alguna vuelta con palo de favor. Moro, siéntese usted aquí; vamos a charlar un rato. Moro temblaba: se le venía el mundo encima.

De tiempo en tiempo la niña del barquillero lanzaba codiciosas ojeadas a la calle. ¡Cuándo sería Dios servido de disponer que ella abandonase la dura silla, y pudiese asomarse a la puerta, que no es mucho pedir! Pronto darían las nueve, y de los seis mil barquillos que admitía la caja sólo estaban hechos cuatro mil y pico. Y la muchacha se desperezó maquinalmente.

Tambien las tiernas doncellas Ponen en vuestra defensa El remedio de su ofensa, Y el alivio á sus querellas. No dexeis tan ricos robos A las codiciosas manos, Mirad que son los Romanos Hambrientos y fieros lobos. Desesperacion notoria Es esta que hacer quereis, A donde solo hallareis Breve muerte y larga gloria.

Si Rosa hubiera tenido algunas nociones de coquetería, no la hubiera engañado aquel señorito con su cara seria y sus modales diplomáticos: muy pronto advertiría que le temblaban las manos cuando iba a entregarle algún objeto, y se le escapaban de los ojos miradas relampagueantes y codiciosas.

Sin las correas y escapularios, ¿qué quereis que en adelante hagan nuestras mujeres sino economizar ese dinero y volverse acaso avaras y codiciosas? Sin las misas, novenarios y procesiones, ¿dónde encontrareis panguinguis para entretener sus ocios? tendrán que reducirse á las faenas de la casa y en vez de leer divertidos cuentos de milagros, ¡tendremos que procurarles las obras que no existen!

Ni el brillo del salón la seducía, ni las notas del piano la alegraban, ni conseguían llamar su atención las sonrisas burlonas de las damas ni las miradas codiciosas de los caballeros.

Clara y Elena salieron por la puerta de madera del jardín y, sin internarse en el bosque, siguiendo el muro llegaron hasta uno de los ángulos, examinaron el paraje en que se iba a erigir el lavadero y dieron su opinión acerca de él. Pero Elena pronto se distrajo echando miradas codiciosas a una mata de nísperos que crecía un poco más lejos. Mira, Clarita, aguárdame un instante... ¡Elena! ¡Elena!

Y más, que no quiero yo que por pierdan las gitanas el nombre que por luengos siglos tienen adquerido de codiciosas y aprovechadas. ¿Cien escudos quieres que deseche, Preciosa, y de oro en oro, que pueden andar cosidos en el alforza de una saya que no valga dos reales, y tenerlos allí como quien tiene un juro sobre las yerbas de Extremadura?

Por no exponerme a otro susto, y por considerar que nada adelantaba con quedarme en el portal, también me aparté del colegio echándole, sin embargo, miradas codiciosas y tristes. Llegué a casa, después de caminar entre calles algún tiempo, a la hora precisa de comer. Mi diminuta huéspeda me salió al encuentro y me abocó con familiaridad no exenta de protección.