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Actualizado: 10 de mayo de 2025


Carlota sorprendió en estas conversaciones más de una mirada burlona entre su mamá y hermana; pero había devorado la vergüenza sin decírselo a Mario. Era tan inocente, tan bondadoso, aquel muchacho, que daba pena hacerle sentir las espinas de la vida. Como esposa fiel y generosa las guardaba todas para . Pero el poco dinero con que Mario se había quedado para sus gastos feneció muy pronto.

Su rostro y todo su cuerpo reflejaban agitación violentísima que se traducía en muecas y contorsiones y se exhalaba también en frases incoherentes pronunciadas en voz baja, que ni Carlota ni Mario llegaban a comprender. La causa de tal estado espasmódico no podía ser otra que la influencia magnética de la mirada del violinista pesando continuamente sobre su cogote.

Mario logró desasirse, y besando con efusión las manos de su esposa, exclamó sonriendo, mientras bañaban su rostro las lágrimas: ¡Qué niños somos! Parece que me estoy despidiendo para el fin del mundo. Y salió de la estancia precipitadamente. Carlota le siguió, y en lo alto de la escalera volvieron a abrazarse. Cuando hubo salido a la calle y traspuesto la esquina, se detuvo.

La vida siguió deslizándose en la misma forma que antes, creciendo de día en día la confianza y el cariño entre nuestro joven y la familia de su novia. No salía de la casa. Cuando iban a paseo por Recoletos, Mario y Carlota marchaban delante y detrás D.ª Carolina y Presentación. Al poco tiempo todo Madrid los conocía. «Ahí vienen los noviosse decían los paseantes al verlos.

Cuando diese a luz y él hallase medio de vivir, que lo hallaría pronto seguramente, entonces vendría a sacarla para siempre de casa y vivir juntitos hasta la muerte. Carlota se dejó convencer. La idea de causar el más insignificante daño al ser cuya aparición esperaba con impaciencia la llenaba de congoja. Quedaron, pues, en que él sólo se marcharía.

¿Qué hace Mario allí parado? preguntó Carlota volviendo la vista atrás. Rivera se volvió también y, al observar la actitud contemplativa del artista y la extraña expresión mística de sus ojos, comprendió lo que pasaba en su alma. Déjalo manifestó gravemente. Tu marido quizá sepa en este momento dónde se halla el origen del pensamiento.

Duerme, pues, tranquilo sobre el corazón de tu Carlota; acepta su cariño con gratitud y bendice a la Providencia que te ha concedido una mano fiel para atravesar esta existencia tan triste y oscura... ¡Ay! ¡Yo también tuve una mano!... ¡también tuve un corazón sobre el cual mi alma reposaba sin cuidado!... Los ojos del antiguo periodista se rasaron de lágrimas al pronunciar estas palabras.

La mayor amabilidad de su cuñada con él era un modo de expresárselo; el silencio de D.ª Carolina, la humildad de su esposa para responder a una y a otra, lo mismo. Un sentimiento insoportable de vergüenza iba apoderándose de él. Carlota también lo padecía. D.ª Carolina y Presentación dejaron poco a poco de llamarla a cónclave para resolver los asuntos domésticos.

Mamá era íntima amiga de Eugenia... ¿No sabe usted qué Eugenia? Y frente á las grandezas aristocráticas de Petersburgo elevaba la imagen de la corte mejicana, del breve Imperio que había tenido por epílogo el fusilamiento del archiduque Maximiliano y la locura de su esposa Carlota. La buena señora lo contaba todo tal como lo había oído á su madre.

La ciudad cerraba el horizonte con sus graves siluetas, el tañido de las campanas y el de las sonerías de los góticos relojes de torre acompañaban aquellos paseos alemanes en los que yo no era Werther, aunque creo que Magdalena valía una Carlota, porque jamás le hablé de Klopstock y si alguna vez mi mano se posó en la suya fue siempre obedeciendo a un impulso fraternal.

Palabra del Dia

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