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Actualizado: 10 de mayo de 2025
Contra la soñada impasibilidad de Goethe protestan otros amores, y singularmente los que le inspiró Carlota Buff. No se mató por ella; pero Werther fue el precio de su rescate y de su vida. La poesía le libró.
No se necesitaba ser lince para comprender de qué se trataba. Debo ante todo... Cuando tuve el honor de ser presentado a ustedes... Sentiría muchísimo... No hallaba medio de tomar la embocadura. Estaba cada vez más turbado. En aquel momento apareció en la puerta Carlota.
Carlota, acercándose a Rivera, le preguntó al fin en voz baja y temblorosa: ¿Ha hecho resistencia? Nada. Queda muy contento. Tranquilízate. El director nos ha asegurado que no tardará mucho tiempo en volver sano a su casa. Mario se había quedado atrás y contemplaba abstraído la puesta del sol. El cielo estaba azul. Sus profundidades se extendían sin nubes sobre su cabeza.
Llegué yo, y no por mis méritos, sino por cierta práctica del oficio, he logrado despertar esa alma, infundir en ella nueva vida, hacer vibrar su corazón con ciertas emociones y gozar de ciertos placeres que probablemente hubiera desconocido... ¡Pobrecilla! exclamó Carlota. ¿Y no sentirá usted pena y remordimiento cuando abandone a esa niña y la deje entregada a la desesperación?
¿En toda la tarde no se ha acercado nadie al chico? Nadie. Sí, mujer interrumpió Vicenta. Le ha dado un beso esa prendera que conocen los señoritos, que se llama D.ª Rafaela. Le besó y le regaló unos caramelos. Pensé que la señorita hablaba sólo de hombres replicó la niñera. Carlota guardó silencio de nuevo y meditó. Está bien dijo al cabo.
Mas he aquí que en lo más recio de esta alegría turbulenta aparece D.ª Carolina. Nada más que con mirarla comprendieron Mario y Carlota lo que había. Traía la cara larga, larga como si viniese de un entierro. ¡Ay, sí, el entierro de las esperanzas de Mario!
Llamaron a gritos, recorrieron todos los sitios próximos, avisaron a los guardas. Nada. Los demás niños no daban más razón sino que estaban jugando al escondite y que le habían visto correr entre los árboles para ocultarse, y que luego no le habían visto más. Mario sé puso a gemir como una criatura increpándolas furiosamente. Carlota, pálida, pero tranquila en apariencia, le mandó callar.
Frecuentaba la casa, los acompañaba algunas veces en sus paseos, les demostraba un afecto paternal y les prestaba los servicios que podía y en todo caso el auxilio de su experiencia. ¡Cuántas veces, sorprendiendo sin querer alguna caricia furtiva, se le rasaron los ojos de lágrimas recordando los contados días de su dicha conyugal! Mario lo observaba y le hacía una seña a Carlota.
Mario y Carlota no dejaban de aprovechar los momentos que aquél tenía libres para solazarse, unas veces yendo a paseo, otras al teatro, otras, en fin, comiendo en los restaurants. Era tanto lo que se placía el escultor en estos festines matrimoniales que Carlota consentía en ellos de buen grado, aunque no le gustasen por espíritu de orden y economía.
Visitó a los amigos de su padre: no le faltaron buenas palabras, promesas magníficas. Nada llegaba sin embargo. Miguel Rivera habló al ministro de quien era secretario, y éste prometió colocarle en una carrera que iba a organizar para la inspección de los ferrocarriles. Carlota había concluido con sus objetos más o menos preciosos.
Palabra del Dia
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