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Actualizado: 10 de junio de 2025
¿Pero dónde te vas? preguntó clavándole una mirada de estupor doloroso. No te preocupes de eso. Tengo infinidad de sitios donde ir. Lo importante es que tú estés tranquila. Piensa en que se trata de muy poco tiempo. Carlota permaneció algunos instantes inmóvil con la cabeza baja. Bueno, te arreglaré la ropa repuso al cabo enjugándose las lágrimas.
Era tan infeliz aquel muchacho, que cuando doña Carolina venía a llorarle alguna lástima, por su gusto le entregaría todo el dinero que había en la casa. ¿Para qué necesitamos nosotros tanto? decía a menudo a su esposa. Para nuestro hijo y para los que puedan venir respondía Carlota. Mario le apretaba la cara con entusiasmo.
En «La Vena» le dice Julián á Carlota: «Creo que cualquier hombre medianamente dotado y ni muy tonto ni muy tímido, tiene en su vida una hora de suerte, un instante durante el cual los demás hombres parecen trabajar para él, en que los frutos vienen á colocarse al alcance de su mano para que él los coja.
Si vivieran convencidas de que en este mundo todo es temporal y finito, comprenderían que el amor no puede sustraerse a esa ley y estarían de antemano resignadas a todo lo que pueda sobrevenirlas. Por mi parte, tengo horror instintivo a la eternidad. La palabra siempre me crispa los nervios. ¡Oh, qué malvado! dijo riendo Carlota.
Esa hora, Carlota mía, triste es confesarlo, no nos la dan ni el trabajo, ni el valor, ni la paciencia. Es una hora que suena en un reloj que nadie ha visto...» La teoría es tranquilizadora: según ella, los más desdichados deben de esperar, con resignación alegre, á que el tiempo vuelva en el libro augusto de los destinos aquella página donde esté la hora feliz de su victoria.
Soy una naturaleza móvil y subversiva. Necesito saber que soy independiente en todos los momentos de la existencia. La idea de que el goce que disfruto es un goce impuesto le quita todo su encanto... Pero perdone usted, Carlota, yo no sé si debo... Siga usted, siga usted; no me escandalizo. El matrimonio no ha tenido nunca para mí color. Y ya sabe usted que yo soy excesivamente colorista.
Todavía, sujeto por Mario, Carlota, D.ª Carolina y la criada, gritaba como un energúmeno, los ojos inyectados, el semblante descompuesto: ¡No se casará usted con mi hija, no! ¡Yo lo impediré aunque sea a costa de mi sangre!... En mi casa no atacará nadie impunemente la ley de la selección... ¡Vergüenza había de darle, con los caracteres orgánicos que usted presenta, intentar un matrimonio que ha de ser funesto para la raza!... Yo no quiero una descendencia degradada... ¿Lo oye usted bien?... ¡No la quiero!
Porque les roba calórico. ¿Y de dónde procede este calórico? De la introducción del oxígeno en la sangre. ¿Sabes una cosa, Carlota? decía Presentación otra vez a su hermana. Margarita está enamorada del chico de Roda. Ella misma me lo confesó ayer. D. Pantaleón sonrió benévolamente. ¿Sabéis por qué está enamorada? ¿A que no? Toma, porque le gusta. Es un chico muy guapo.
Yo haré relacion de lo que he visto. Al dia siguiente de mi llegada á la capital de Francia, fuíme al Cuartel Latino á visitar dos casas célebres: la que habitó últimamente Robespierre y aquella en que vivia Marat cuando la heróica Carlota Corday libró á la humanidad de tan furibundo demagogo.
Por la dignidad del continente, por la delicadeza del cutis, por su belleza sencilla y serena, no había en todo Madrid quien pudiese competir con ella. Pero esto no era nada si se compara a la forma en que se le aparecía los sábados. En este día Carlota tenía por costumbre lavar sus camisas.
Palabra del Dia
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