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Batiste, siempre inmóvil, miraba como un idiota las estrellas que parpadeaban en el azul obscuro de la noche. La soledad le reanimó. Empezaba á darse cuenta exacta de su situación. La vega tenía el aspecto de siempre, pero á él le parecía más hermosa, más «tranquilizadora», como un rostro ceñudo que se desarruga y sonríe.

Sentía también en todo lo que la rodeaba una influencia benéfica y tranquilizadora; sentíala en el silencio de aquel jardín con sus altos muros enclaustrados, en el aire puro y en el azul del cielo. En el olor de las plantas, y en la suavidad de un bello día, que ya declinaba.

Esta actitud hizo comprender a Miguel que la brigadiera nada le había dicho de la carta ni de la cita. Después avanzó lentamente hacia él manifestando siempre la misma sorpresa mezclada de terror, sin hacer caso de la sonrisa tranquilizadora de su hermano: cuando éste la tuvo cerca, avanzó también algunos pasos, y cogiéndola por la cintura, la dio un par de sonoros besos en las mejillas.

A D. Basilio le parecía esto incompatible con las luces del siglo, y lo mismo creía doña Lupe; pero se guardó muy bien de detener a su sobrino por la ojeriza que le tenía, y Juan Pablo se fue, quedando en la mesa los comensales en la tranquilizadora cifra de doce.

Mi tía, que se desconcertaba siempre que hacía yo alusión a mis lecturas, no contestó nada, pero la expresión de su fisonomía, me pareció tan poco tranquilizadora que me esquivé cantando a desgañitarme: ¡

Continuábase alabando el valor de María y su virtud. ¡Ay Dios mío, el considerar que está una encerrada para siempre y llevando una vida de tanto trabajo!... La superiora, mirando para ella, exclamaba con cierta sonrisilla no muy tranquilizadora: ¡Pobrecita!, ¡pobrecita!

Púsose después a peinar las largas lanas de Bruin, el oso de Noruega, su mudo compañero; y en esta operación se hallaba, cuando un tropel de gente sospechosa invadió de repente la casa, en actitud nada tranquilizadora.

Esa hora, Carlota mía, triste es confesarlo, no nos la dan ni el trabajo, ni el valor, ni la paciencia. Es una hora que suena en un reloj que nadie ha visto...» La teoría es tranquilizadora: según ella, los más desdichados deben de esperar, con resignación alegre, á que el tiempo vuelva en el libro augusto de los destinos aquella página donde esté la hora feliz de su victoria.

Sorege abrió los ojos por completo, mostró su mirada azul de una claridad poco tranquilizadora y se echó francamente á reír. ¿Y , te has divertido en tu viaje? No parecía que te divertías mucho en San Francisco, en el magnífico palco en que oías Otello... Entonces fué Tragomer el que perdió pie. No sólo no se ocultaba Sorege sino que salía al encuentro de las explicaciones. ¿Me viste, acaso?

Yo mismo cogí el farol que estaba encendido desde mucho antes por un lujo de precauciones tomadas a falta de cosa mejor y más tranquilizadora en que ocuparme, y bajé de tres en tres los peldaños de la escalera; llegué al portón al mismo tiempo que se repetían en él los garrotazos, y con mano torpe y acelerada solté el barrote que le aseguraba por dentro, destranqué y abrí.