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Era harto incisivo y mordaz Su Excelencia; y por eso sus flagelantes alusiones al enemigo mortal fueron recibidas con coros de carcajadas y con tempestades de aplausos. Pero estaba allí el general Ponce de Lerma, conde de Peñas Pardas, y no podía dejar sin réplica las declaraciones del ministro, aunque con las salvedades a que le obligaban el motivo y la ocasión del acto de Su Excelencia.

Si parlaba de sus viajes y aventuras, de maestros célebres, de objetos preciosos, o filosofaba cultamente sobre el amor, su discurso cobraba todo el garbo de su persona; pero al disertar sobre el gobierno de la Monarquía, el disimulo cortesano hacíale adoptar un lenguaje incoloro y mortecino, lleno de circunloquios y de prolijas salvedades acerca de la secreta razón de muchas resoluciones de los príncipes.

Con esta cuestión de la inmortalidad, era con la que abría don Pompeyo brecha en el alcázar de la fe de los socios, pero siempre concluían por cerrar aquella brecha con las salvedades de rúbrica. «Por supuesto. Dios sobre todo.... Doctores tiene la Iglesia...». Y en último caso, don Pompeyo ya les iba aburriendo con sus teologías. Le dejaban solo. Los tresillistas se quejaron a la junta.

» Es que cómo la carta, según usted ha referido, fue entregada de parte de mi hijo... » Razón de más para creer que no era obra suya, puesto que no la firmaba. » Eso mismo pienso yo dijo don Santiago, y eso solo debiera bastar como prueba decisiva, si hubiera alguien capaz de atribuirle... » Señor don Santiago le interrumpí , todas esas salvedades están fuera de su lugar...

» Sigo, y continúo afirmando que un hombre con todos esos contrapesos, por poco entendimiento que tenga, no puede creerse merecedor del cariño ni de la lealtad de una mujer como yo. » Repare usted que, sin hacer las debidas salvedades... y tal y demás, resuulta eso..., ¿cómo lo diré?, un poco... vamos... exxxtremaaado. » Resultará lo que usted quiera; pero hay que oírlo.

Y mientras abajo sonaba el ruido confuso y gárrulo de las despedidas y preparativos de marcha, y detrás el estrépito de los que corrían en la galería, y allá en el cielo, de tarde en tarde, el bramido del trueno, la Regenta, sin notar las gotas de agua en el rostro, o encontrando deliciosa aquella frescura, oía por la primera vez de su vida una declaración de amor apasionada pero respetuosa, discreta, toda idealismo, llena de salvedades y eufemismos que las circunstancias y el estado de Ana exigían, con lo cual crecía su encanto, irresistible para aquella mujer que sentía las emociones de los quince años al frisar con los treinta.

Y protestando de que sea inmodestia, y con todas las convenientes salvedades, me atreveré a citarme yo mismo, recordando que Antoñona, Respetilla, Dientes, Juana y Juanita las largas y otras figuras del vulgo andaluz, que introduzco yo en mis narraciones, hablan como por allí se habla, sin necesidad de notar lo mal y disparatadamente que acaso pronuncian.

El gracioso moderno, con las salvedades expuestas, tan indispensable después en el teatro español, puede considerarse como creación suya. El gracioso de Lope de Vega no es, sin embargo, como los posteriores, un personaje de estereotipia.

La excesiva confianza en este punto seria un seguro indicio de que no se comprende el estado de la cuestion: y la vanidad quedaria castigada, resultando convencida de ignorante. Con estas salvedades, permítaseme emitir algunas observaciones sobre esta cuestion misteriosa.

En una ocasión, hallándose en la romería de San Juan, ó en la de San Pedro, ó en la de San Roque, ó en la de Santiago, ó en la de los Mártires, pues la crónica no lo fija bien; hallándose, digo, en una de estas romerías más de nueve petimetres santanderinos, y no menos de diez damiselas de copete, y hallándose más que regularmente aburridos, lo cual es de necesidad en una romería mientras en ella no se hace otra cosa que ver, oir y brujulear, resolvieron los primeros proponer á las segundas, con las respetuosas salvedades de costumbre, un honesto entretenimiento que, ajustándose en lo posible al carácter del sitio y de la ocasión, fuese digno de las distinguidas personas que se aburrían.