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Toda deformidad moral, todo vicio, toda dolencia, la fealdad física, las enfermedades, la miseria, el dolor y la muerte se despojaban en su pensamiento de horror y de amargura al considerar que deben sufrirse por el amor de Dios, y desvanecerse y disiparse, como la oscuridad de la noche cuando aparece la aurora, ante la esperanza de lo trascendente y de lo ultramontano.

La diligencia rodaba á toda priesa, y como yo habia dormido, en vez de sueño sentia un vivísimo placer al aspirar el aire de la mañana, en medio de las colinas que van descendiendo como estribos de la serranía para disiparse al fin en las vastas llanuras de la Vieja Castilla.

Todos los días iba a rezar por su querida enferma y mientras se consumía lentamente el cirio ofrecido por ella, la joven sentía poco a poco amortiguarse su dolor y disiparse sus temores, ahuyentados como por un aletazo del pájaro místico de la esperanza, refugiado en el más pobre tabernáculo. ¡Hace tanta falta creer y esperar cuando se sufre!

El aire, oxigenado y regenerador, penetraba en los pulmones de Julián, que sintió disiparse inmediatamente parte del vago terror que le infundía la gran casa solariega y lo que de sus moradores había visto.

La niebla que hasta entonces cubriera el valle comenzó á disiparse, flotando en grandes jirones que rozaban por un momento las copas de los árboles y luégo se elevaban desvaneciéndose en el espacio. El sol iluminó entonces los alrededores de la roca convertida en fortaleza y nobles y arqueros contemplaron con admiración la vasta fuerza que los cercaba.

Pero primero, quisiera saber lo que hacen mi tío y mi tía dijo mirando en su derredor hasta en los rincones. Yo estaba tan contenta de ver disiparse el embarazo que los oprimía, que al verlos buscar por el cuarto tan cómicamente, prorrumpí en una risa estrepitosa. Ambos se volvieron hacia , sorprendidos, como si sólo entonces notaran mi presencia.

El, sorprendido, la mira. No ha dicho: «su madre»; esto le sorprende al principio y luego le causa una sensación de bienestar, como no la ha experimentado nunca en su vida. Se siente penetrado de un dulce calor que le invade el corazón y no quiere disiparse.

Ojeda sintió disiparse su torpeza con este recuerdo, pero continuó marchando en silencio. ¡Cuatro años... sólo cuatro años! Y habían sido tan largos y nutridos como todo el resto de su vida... ¡Más, mucho más! Su existencia anterior apenas contaba para él; era como un limbo de sucesos incoloros. Su verdadera vida había empezado junto a María Teresa.

Como no tenía variedad de sucesos con qué llenar, diversificar y distinguir aquella larga serie de años, toda ella le parecía soplo, relámpago fugitivo, desmayo y letargo que al disiparse se lo había llevado todo consigo, esperanzas y proyectos y hasta la posibilidad de forjarlos de nuevo. La horrible vejez había caído sobre él sin sentir.

Por encima de su cabeza flotaba el negro y colosal penacho de humo sujeto al cañón de la máquina que al disiparse en la atmósfera se partía formando mil extraños y monstruosos fantasmas. Estos fantasmas, al huir de la vía arrastrándose por el suelo, le decían también lúgubremente: ¡solo!, ¡solo!