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Los transeúntes que la rozaban con el codo al correr para dar o recibir los aguinaldos, la encontrarían seguramente parecida a una de esas irlandesas desesperadas que patinan sobre el afirmado de las calles de Londres en persecución del penique.

La niebla que hasta entonces cubriera el valle comenzó á disiparse, flotando en grandes jirones que rozaban por un momento las copas de los árboles y luégo se elevaban desvaneciéndose en el espacio. El sol iluminó entonces los alrededores de la roca convertida en fortaleza y nobles y arqueros contemplaron con admiración la vasta fuerza que los cercaba.

Algunos eclesiásticos le abordaban dulcemente y le proponían, cual si fuera por mero esparcimiento, teológicos problemas que rozaban el dogma. Estaba perdido. Aquel hijodalgo que creía no conocer el miedo conoció el terror, un terror sobrenatural, un terror por encima del coraje del hombre. Era el maleficio, el aojo del Rey. Su varonil empaque tomó entonces un aspecto doblegado y taciturno.

Quise obligarlo a que fuera a descansar, pero tenía miedo del sonido de mi voz y guardé silencio. A intervalos cada vez más cercanos, la parte alta de su cuerpo se balanceaba hacia un lado; a veces sus cabellos rozaban mi mejilla, y con la mano buscaba en torno suyo si no encontraría en alguna parte un apoyo.

Aquél estamos sonó mal en los oídos de Tirso: juzgaba que la debía agradecimiento por el apoyo que le dispensó; pero fuera de lo referente a la hermandad, no reconocía en ella autoridad para aprobar o condenar sus actos, molestándole lo que alardeaba de su influencia en asuntos políticos que se rozaban con la Iglesia.

La escalera era angosta, y sus paredes, blanqueadas en tiempo de Felipe V, cuando menos, se hallaban en el presente siglo cubiertas de una venerable rapa de mugre, excepto en la faja ó zona por donde rozaban los codos de los que subían, la cual tenía singular pulimento.

El profesor subió a la cátedra y empezó a dictar. Era una composición preliminar. Por primera vez mi amor propio tenía que luchar con ambiciones rivales. Observé a mis nuevos camaradas y me sentí perfectamente solo. A través de la ventana de pequeños cristales veía los árboles agitados por el viento, cuyas ramas rozaban contra las oscuras paredes del edificio.

Orad, Catalina, para que mi valor sea más fuerte que mi desprecio, que mi indignación. Gracias, gracias; hice mal en dudar de vuestra fuerza de voluntad. ¡Chito! No habléis más, oigo un ruido tras de las plantas interrumpió Marta. Se pusieron a escuchar en silencio; era el jardinero que pasaba por el sendero cargado con un haz de largas ramas que rozaban con el follaje.

En tanto el océano, indiferente a las risas y a las angustias de aquellos insectillos que rozaban su bruñida epidermis, reverberaba el incendio del sol en toda su intensidad, gozando este placer augusto con el mismo sosiego que en los primeros días del mundo.

Hundiéronse las casas del paseo de Santa Engracia, el Depósito de aguas, después el cementerio. Cuando los ladrillos rozaban ya la bellísima línea del horizonte, aún sobresalían las lejanas torres de Húmera y las puntas de los cipreses del Campo Santo.