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Sin vuestro auxilio y el de vuestros amigos habría yo perdido la cabeza y sabe Dios qué suerte hubiera cabido á mi pobre Tita.... No creo que aquellos energúmenos se hubieran propasado á tal extremo, dijo el joven algo sorprendido. ¡Ah, diavolo! exclamó el otro soltando la carcajada, no hablo de mi cabeza sino de la que llevo aquí bajo el brazo.

Aun creía la infeliz que sus ruegos podían ablandar á aquellos dos energúmenos de corazón empedernido por el hastío, la insociabilidad y la amargura de una vida claustral. Aun les suplicó: otra vez se volvió á arrodillar delante de María de la Paz, y le tomó las manos, aquellas manos nacidas sin duda para un puñal.

Habia en el centro del salon una doble barrera, y en tanto que al lado exterior se agitaba el enjambre de embusteros, jugadores y especuladores, haciendo propuestas, difundiendo noticias contradictorias y remolineando en un hormigueo interminable, dentro del gran círculo estaban los agiotistas de primer órden, sosteniendo con admirable aplomo una telegrafía mímica que representaba el juego monetario, y en el círculo mas reducido se agitaban los agentes de cambio ó corredores, haciendo las muecas mas extrañas los unos, los otros gritando como energúmenos para anunciar cada propuesta ó pedido de fondos y cada puja, y otro en fin, impasible como el sacerdote del culto monetario, alzaba el brazo de tiempo en tiempo para marcar en un tablero el movimiento de alza y baja, en cifras convencionales que son como la teología del dinero.

Como si aquel movimiento hubiera soltado las traíllas a la furia popular, veinte o treinta energúmenos, hombres y mujeres, rompiendo la fila de los soldados, se precipitaron sobre el brasero para despedazar a la infiel. En cambio, los que querían verla morir en las llamas prorrumpieron a un tiempo en el mismo grito de protesta: ¡No la matéis! ¡No la matéis!

Leibnitz, cuando Schopenhauer le compara con él mismo y con Kant, es un miserable pigmeo, y tonterías y nada más que tonterías son su armonía preestablecida y sus mónadas. El desenfado con que Schopenhauer fustiga a sus colegas tiene antecedentes en abundancia. Ya nos cuenta Gil Blas que los que disputaban en las aulas de Salamanca más parecían energúmenos que filósofos.

Las banquetas que sirven de sillas, no tienen más inconveniente que el ser más duras que el pié de Perico. En fin, nos sentamos.... ¿Qué gritos son esos? me dice mi mujer. Efectivamente, los mozos del establecimiento gritaban como unos energúmenos; pero un gritar rabioso, descompasado, que lastimaba las orejas. Aquella gritería descomunal era el resultado de una costumbre del establecimiento.

Algunos gañanes cazaron al paso a los pequeños energúmenos, levantándolos en alto; pero, aun así, aprisionados, seguían moviendo los remos en el aire con interminable lloro: ¡Juy! que se ha muerto la prima! ¡La pobresita Mari-Crú!

Juanito, contagiado por el ardor de pelea que reinaba en las alturas, sentía tentaciones de gritar que aquello era fastidioso y lo de los cinco mil francos un robo; pero callaba, por miedo a los energúmenos artísticos, y consolábase mirando abajo las rojas filas de butacas, donde se destacaban los lindos sombreros de sus hermanas y la majestuosa capota de mamá.

Después de sentada, y cuando ella se iba haciendo cargo de lo que tenía delante, la admiración persistía; en vano los coristas, que estaban solos en escena, como los gallegos del cuento, mal presididos por un partiquino, que sólo se distinguía por unas botas de fingida gamuza y por desafinar más que todos juntos, en vano gritaban como energúmenos; el público distinguido de butacas y palcos atendía el espectáculo civil que le ofrecía Emma; los abonados de las faltriqueras, que no veían la sala sin echar el cuerpo fuera del antepecho, se asomaban por grupos para ver a la de Reyes, y los de la faltriquera de la tertulia de Cascos saludaron a Bonis y a su señora; el brigadier comandante general de la provincia estaba entre ellos, y también inclinó la cabeza.

Nadie puede representarse lo que entonces pasó: un delirio, un inmenso ataque de nervios; diez o doce mil energúmenos gritando con toda la fuerza de sus pulmones; una nube de cigarros, petacas y sombreros volando por el aire y tapizando al instante de negro la blanca arena. Veinte años hacía que no se había visto en la plaza de Madrid la suerte de recibir, de este modo consumada.