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Describía éste al pueblo hispano-romano, sobre el que había pasado la invasión goda sin causar gran mella. Antes bien, el conquistador se había empapado de la degeneración bajo-latina, quedando sin fuerzas, corrompiéndose en luchas teológicas e intrigas de dinastía semejantes a las de Bizancio.

Esos mismos prófugos, que sin dejar huella, mudos e inactivos, hubieran acabado en el viejo imperio de Bizancio por disiparse como sombras y por hundirse en el olvido, arrojados de su patria y en el nuevo suelo que les daba hospitalidad, habían cobrado inesperada energía, y, difundiendo su saber, cumplían alta misión civilizadora y dejaban en pos de ellos un imperecedero y luminoso rastro.

Puedo invocar los muertos y preguntarles cual es el objeto de nuestros terrores. La nada de los sepulcros quizas me responderan... ?Y si no responden?... iEl profeta sepultado respondio a la encantadora de Endor! y el rey de Esparta supo su destino futuro por las sombras de la virgen de Bizancio. Habia quitado la vida a la que amaba sin conocer que era su victima, y murio sin obtener perdon.

El orgulloso tronco de los Umeyas fué tronchado por el rayo; el árbol cristiano, ya lozano y pujante, puede ahora dilatar libremente sus ramas hasta sombrear la misma tierra de donde procede su gérmen; y el arte occidental, en un principio menesteroso y mendicante cuando el Epulon musulman derramaba á manos llenas sobre la reina del Bétis las galas de Bizancio, se está disponiendo para ir á llamar con arrogancia á las puertas de Córdoba musulmana con la civilizacion de la cruz exaltada por los ejércitos del hijo de Berenguela.

Los afeminados burgueses de Bizancio y su populacho cosmopolita, aficionados á las fiestas de Circo y las querellas teológicas, vieron partir con satisfacción á estos hombres medio bandidos y medio soldados, que llevaban á la zaga, por una costumbre secular, sus hijos y sus barraganas, duras hembras de Aragón y de Sicilia seguidas de enjambres de chicuelos semidesnudos y acostumbradas á manejar la espada cuando caía herido su rudo compañero.

Así terminó la más gloriosa y sangrienta de las aventuras mediterráneas en la Edad Media; el choque de la rudeza occidental, casi salvaje pero franca y noble, con la malicia refinada y la civilización decadente de los griegos, pueriles y viejos á la vez, que se sobrevivían en Bizancio.

Como esos briosos caballos que en el circo de Bizancio se disputan el premio de la carrera, único espectáculo que hace latir el mezquino corazon de los degenerados Imperiales, así se lanzan á la conquista de la grande unidad islamita en el estadio del antiguo mundo romano esos dos gigantes enemigos de la civilizacion del Cristianismo, que para mejor cautivar á los amantes del progreso de la humana inteligencia, hacen resonar con acentos de armoniosa poesía las florestas de los dos rios históricos, Tigris y Betis, honran con magníficas fundaciones el tranquilo culto grato á Academo, ponen sobre su cabeza los libros de Aristóteles y Platon, y levantando en alto el gracioso canastillo corintio, tributan al arte de la Grecia el homenage de su admiracion y respeto.

Al considerar estos preciosos indicios de la gran pureza á que llegó el arte bajo los reinados de Abde-r-rahman III y de su hijo Al-hakem II, casi se atreve uno á creer que los árabes-españoles sintieron mejor que los bizantinos la belleza del arte helénico, y que muchos elementos de la arquitectura griega de los buenos tiempos revivieron en el arte andaluz de los siglos IX y X hallándose casi proscritos por la arquitectura de Bizancio.

El dormido vió que Freya vestía un justillo de mangas sueltas ajustadas á los brazos, con botones de filigrana de oro; que unas joyas algo bárbaras adornaban su pecho y sus orejas; que una falda de flores cubría el resto de su persona. Era un traje de labradora de otros siglos que él había visto pintado. ¿Dónde?... ¿dónde?... ¡Doña Constanza!... Freya era igual á la augusta basilisa de Bizancio.

Los infieles, que trabajan afanosos por cubrir la tierra de cruces, van estendiendo la colmena de la Iglesia, y como las abejas á la floresta acuden en tropel á Bizancio en busca de nuevas artes y fascinadoras invenciones.