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Habíame acostumbrado a pasear mi aburrimiento y soledad por aquellos callejones, a quienes en cierto modo había hecho confidentes de mi pesar; hallaba tantas perspectivas amigas en un recodo, en una torre, en un ajimez, en una encrucijada, en un poste, en una reja, en una piedra corroída por el tiempo, en un zócalo garabateado por los chicos, que no pude menos de salir a dar el último adiós a todas aquellas mudas compañías de mi tristeza.

Llevaba en la mano derecha un palo pinto, y debajo del brazo izquierdo un paraguas azul, muy grande y con remiendos. Habíame dado noticias sumamente lacónicas de mi tío. ¿Cómo anda de salud? le había preguntado yo en cuanto se me puso delante y a mis órdenes. Tan majamenti me había respondido él . Es de güena veta, y hay hombri pa largu.

Su fisonomía participa de la expresión triste y pensativa, que muchas veces he notado con emoción, en los pueblos que han perdido su nacionalidad. Habíame apeado para subir la cuesta.

Regalábame la mujer con cuidado y habíame dicho que sólo sentía que fuese farsante, porque yo había fingido que era hijo de un gran caballero, y dábala compasión. Al fin, me determiné de escribirla lo siguiente: CARTA «Más por agradar a V. Md. que por hacer lo que me importaba, he dejado la compañía; que, para , cualquiera sin la suya es soledad. Ya seré tanto más suyo cuanto soy más mío.

Habíame yo metido en la cama con la cabeza atiborrada de sucesos extraordinarios y el corazón henchido de impresiones; veía la tempestad rugiendo entre las montañas, desgajando peñascos y desarraigando troncos seculares, y a una docena de hombres, sencilla y naturalmente generosos, envueltos entre remolinos de nieve y de granizo, rodando por los suelos, como la hojarasca muerta de los árboles; veía a Chisco moribundo en el lomo de una roca, sobre el fondo negro de un abismo espantoso; veía las ansias desesperadas de sus compañeros de fatigas, que no hallaban la manera de sacarle de allí, y veía, por último, al noblote Pito Salces volando por los aires y jugándose la vida en aquel arranque brutalmente sublime, por el intento solo de salvar la de su amigo, que de seguro hubiera hecho una barbaridad idéntica por él; consideraba yo todo lo que representaban y valían a la luz del buen sentido estas cosas, y la simple acometida de la excursión a la montaña en un día como aquél, por puro y santo espíritu de caridad, como el hecho más natural y sencillo, sin la menor protesta, sin la más leve duda y sin idea siquiera de la más remota esperanza de lucro ni de aplauso; y, sin poderlo remediar, me acordaba de lo que había leído y oído tantas veces en mi mundo; del clamoreo resonante que solía moverse en tertulias, casinos y papeles, y de los honores y cintajos que se pedían y se otorgaban para premiar una «hazaña» que no valía dos cominos en buena venta; pensaba también en mi pobre tío, a quien las dudas primero, y después el conocimiento de la realidad con todos sus pormenores, habían afectado muy profundamente, y en que le había dejado yo a la puerta de su dormitorio mucho más abatido y macilento que de costumbre, más fatigoso y más perseguido por la tos; en fin, hasta pensé en lo que, en buena justicia, habrían ganado Chisco en la estimación de Tanasia, de quien no era digno un animalote como Pepazos, y Pito Salces en la de Tona, que no habría echado en saco roto las heroicas atrocidades del mozallón que tan de veras la quería.

Después de una sesión de tres horas en casa de la modista, mi prima, que es muy devota, se fue a confesar; mientras yo acompañada de la sirvienta hice algunas compras. Mi tío habíame dado dinero para que lo gastara en cosas útiles y prácticas; pero ¿querréis creer que no darme cuenta de lo útil ni de lo práctico?

Bajaron todos, y me detuve deseando aislarme por breve rato para recoger mi espíritu y dar alas a mi pensamiento. Habíame paseado un poco entre la puerta y la plataforma de Capuchinos, cuando vi en la muralla una persona, un bulto negro, cuya forma y figura no podía distinguirse bien, y que se volvía hacia la playa, siguiendo con la vista a los espectadores y héroes del burlesco desafío.

De pronto e interrumpiéndose en medio de una animada discusión, la señora Liénard sacó del pecho un pequeño reloj y consultándolo exclamó: ¡Las once ya!... Habíame olvidado de que duermo hoy en casa de unos amigos y que molesto a tan excelentes personas obligándoles a aguardarme...

Sin embargo, supongo que no tienes inclinación por nadie. , por cierto dijo Blanca riendo, ¿a quién conoce? Desde que estaba en el Pavol, mucho había pensado en mi amor y en Pablo de Couprat, y más de una vez habíame preguntado si debía o no revelar tal secreto a mi prima. Pero después de madurar bien la cosa, llegué a resolver con el árabe, que el silencio es oro.

Su concupiscencia no encuentra respeto que le ataje, ni su soberbia dificultad, en vencer la cual no se empeñe, dijo Margarita; cuatro meses hacía que a Sevilla había llegado y conocídome, cuando todavía nos encontrábamos con las apariencias de una riqueza mentida, y requerídome había de amores, y como yo le resistiese, habíame dicho: «O mía habéis de ser, señora, o hemos de ver los dos para qué hemos nacido