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No es del amu, gracias a Dios me dijo respondiendo a una pregunta que la hice, que ha pasau bastante bien la noche, y ya está calentándose en la cocina.. Es del probe Pepazos. Preguntéla qué le había ocurrido a Pepazos, y me contestó que no había vuelto a casa desde que había salido de ella la tarde anterior. Pero ¿por qué camino tomó al salir? volví a preguntar.

Se columbró muy pronto la mancha gris del pedregal sobre el fondo blanquísimo y esponjado de la nieve; diez minutos después se dibujó perfectamente la boca de la cueva, y desde un poco más adelante, algo que no estaba enteramente quieto dentro de sus mandíbulas abiertas y desencajadas; cincuenta pasos más, y hasta los menos sutiles de vista conocieron en lo que parecía mendrugo de aquel gaznate descomunal y olfateaban ya los perros de la caravana, a Pepazos en cuerpo y alma.

Por lo demás, estaba muy guapa. Temiéndome lo peor, la pregunté por qué lloraba, y me respondió, entre jipidos y lagrimones, que si me parecían pocos los motivos. Ya pué ver me dijo el Topero viniendo en su amparo , con la cellerisca negra de jaz pocas horas, y lo que está en el monti sin sabese de eyu... Me acordé de Pepazos; pero también de Chisco. ¿Por cuál de los dos lloraría Tanasia?

Al notarlo, dijo don Sabas descomponiéndose un poco: Y si todos hubiéramos sido tan cernícalos como , ¿qué hubiera sido de ti, si no hoy, mañana, cuando el hambre y el frío te acometieran? Otro encogimiento de hombros por respuesta, como si tampoco hubiera cruzado señal de semejante idea por el meollo de Pepazos.

Dícese que lo hacen por aversión instintiva al cautiverio. Será o no será así; pero es un hecho constante aquella singular costumbre. Por tenerlo Pepazos bien sabido, salió en busca de sus yeguas cuyo paradero conocía. Suponíase que los cerriles animales, presumiendo la que su amo trataba de jugarles, huirían hacia las alturas.

Pito Salces, que no quitaba ojo a Pepazos ni perdía una sola palabra de las que iba diciendo el mozallón, en cuanto éste cesó de hablar se plantó de un saltó en la orilla de la barranca, y allí se puso a husmear, con la avidez de un perro de buena nariz, en todas direcciones y hasta en las negras profundidades del abismo.

En fin, que no había atadero en aquel hombre... ni mucho tiempo que perder; por lo que se metieron los de afuera en la cuevona, obra bien fácil, porque le llegaba ya la nieve a media vara de la boca; descansaron y comieron todos, poniendo a raya la voracidad de Pepazos, sin lo cual no hubieran alcanzado las provisiones para él solo; y como el cielo iba ennegreciéndose por mala parte, después de un ligero reposo salieron todos de la cueva apercibidos para la marcha, y la emprendieron a buen andar montada abajo.

Entrando en más explicaciones, supe que Pepazos, en cuanto vio caer los primeros copos de nieve, salió en busca de unas yeguas de su casa, que antes del mediodía andaban pastando en una hoyada a menos de una hora del pueblo, monte arriba. Las había visto él mismo. Tienen las yeguas libres la extraña condición de huir de las nevadas hacia las cumbres, al revés que todos los animales domésticos.

Nadie estaba en el sitio que había ocupado antes de la tormenta, y Pepazos yacía sepultado de medio abajo en una pila de nieve, fuera del robledal y a muy pocos pasos de la barranca... ¡Pero faltaba uno! ¡faltaba Chisco! y no respondía a las voces con que se le llamaba, ni se le veía por ninguna parte... ¿Dónde buscarle? ¿Qué sitio había ocupado en el robledal? ¿Quién estuvo cerca de él? ¿Quién le había visto al reventar la cellerisca negra?

En aquel mismo instante sacó Pepazos sus zancas de la nieve y rompió a hablar.