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Estos propósitos no eran constantes, porque otras veces meditaba sobre el mismo tema y hacía las siguientes consideraciones, llenas de buen sentido y de tolerancia. «No puede sostenerse en las acciones de la vida el criterio pesimista, que suele ser el disimulo del egoísmo. ¿Quién duda que existen en nuestro país, al lado de esa cáfila de alborotadores, cabecillas, intrigantes, charlatanes, aventureros, muchos caracteres nobilísimos, innumerables hombres de buena fe, patricios desinteresados, verdaderos y leales que se aplicarían a la política y serían discretos en la idea, enérgicos en la acción y honrados en la conducta?

El amo no ha vuelto respondió Marina. Habrá estado velando algún enfermo dijo María ¡Tanto mejor! Me recetaría una cáfila de cosas y de remedios y yo los aborrezco. Estáis muy ronca dijo Marina. Mucho respondió María , y es preciso cuidarme. Me quedaré hoy en cama y tomaré un sudorífico. Si viene el duque, le dirás que estoy dormida. No quiero ver a nadie. Tengo la cabeza loca.

EVARISTA. ¿Cuál es? PANTOJA. El hombre. No hay nada más malo que el hombre, el hombre... cuando no es bueno. Lo por mismo: he sido mi propio maestro. Pues que entre la cáfila de novios hay un preferido. Electra misma se lo ha confesado. EVARISTA. ¿Y quién es? Esto podría cambiar los términos del problema. DON URBANO. Lo sabremos... Y usted, amigo Cuesta, ¿no la interrogó?...

Era una procesión de aquelarre, una cáfila de infierno, y hasta la luz matinal se tornaba siniestra al alumbrar de lleno las palideces patibularias, las femeninas guedejas lodosas de sudores febriles y polvo subterráneo, las atroces pupilas que parecían conservar aún la expresión de terror y de súplica que tomaron en el tormento.

Simón Aluardo, para serviros. Pues mírame bien, camarada, y no tendré necesidad de nombrarme. ¡Mala bombarda me parta si no es esa la cáfila de Reno el arquero! Embrasse-moi, camarada; y ambos amigos se estrecharon como dos osos. , el arquero Reno, ahora ballestero al servicio del barón, y casi olvidado ya de disparar ballesta ó arco.

Díjole ella que aquel señor era uno de los a quien su ama servía; y preguntándola Cervantes cuáles fueran estos servicios, ella le nombró una cáfila de ellos tal, que sin más información quedaron hechas todas las alabanzas, y representados todos los méritos de la tía Zarandaja, y que eran tales, que si la Inquisición o la justicia ordinaria los hubieran sabido, no los hubieran premiado con menos que con quemarla viva, o enrodarla y descuartizarla; en lo tocante al señor que acababa con la tía Zarandaja de encerrarse, dijo la moza que su ama le traía engañado, chupándole los dineros con la promesa de embrujar y hechizar, para que le amase, a aquella misma señora que vivía en la vecindad, y que poco antes había estado allí.

Oyéronse de pronto, bajo la carena, fuertes crujidos, que iban aumentando en intensidad, y el junco, que el viento empujaba hacia en medio de la bahía, se inclinó más. ¡Resbalamos por el banco! gritaron Hans y Cornelio. ¡Y los salvajes adelantan! exclamó Horn . ¡Eh, Lu-Hang, mándales unos cuantos confites a esa cáfila de brutos!

¿Pero crees, Lorenzo interrumpió Melchor violentamente, que yo puedo, tener respeto por la cáfila de bribones que se habrán completado para declarar enfermo al viejo... cuando el viejo no tiene más «enfermedad» que la de tener algunos recursos?... ¿Y crees que yo puedo o debo respetar a esos ceremoniosos caballeros que hablan solemnemente y no se sonríen siquiera ante nadie, para poder pasar por «hombres serios»?... ¡Bah! no seas infeliz: en la mayoría de los casos son unos grandísimos trapalones que después de haber tocado en todos los fondos de la corrupción y del vicio, ahitos de impudicias y de concupiscencias, se cubren las llagas con el manto de los honestos y de los virtuosos... verdaderos escenógrafos en el drama de la propia vida, que nos la pintan o nos la muestran a la manera de esos telones teatrales que representan, vistos de lejos, un hermoso paisaje apacible, hecho burdamente a escobazos con pinturas ordinarias.

Como estos señores, y, sobre todo, los que han bebido en manantiales franceses, han visto que en Francia la partícula de es signo de nobleza, han querido también adoptarla; y como en España no significa absolutamente nada, pueden lisonjear sus oídos con la sonoridad del monosílabo inocente, así como con una cáfila de apellidos, cada uno hijo de su padre y de su madre.

El magnífico cuanto peregrino espectáculo que ha herido la imaginación aun infantil de nuestra linda y tierna sultana, sálvela Alah, ¿no será explicación bastante para este desmayo o parasismo? ¿Pues estos sentimientos llevados al último punto por el placer de verse la noble esposa del más guerrero, generoso y amable de los sultanes y aquí añadía el orador una cáfila de alabanzas y epítetos, por supuesto sin mezcla de lisonja médica no es suficiente motivo para tal arrobamiento?