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¡Margalida! ¡Margalida! Y tras estos llamamientos, que excitaban la curiosidad de la atlota haciendo que elevase los ojos para fijarlos interrogantes en los de Febrer, éste se lanzó por fin a hablar, preguntándola por los progresos de su noviazgo. ¿Se había decidido por alguien? ¿Quién iba a ser el afortunado? El Ferrer... ¿el Cantó?...

Volvió a mirar Simón a su mujer, como preguntándola: «¿qué te parece de esto?»; pero con tal mirada y tal semblante le contestó Juana, que, no pudiendo aquél resistirla sereno, volvió sus ojos al señor cura, y le dijo por decir algo: Lo pensaremos, señor don Justo. Y haréis bien replicó éste.

Díjole ella que aquel señor era uno de los a quien su ama servía; y preguntándola Cervantes cuáles fueran estos servicios, ella le nombró una cáfila de ellos tal, que sin más información quedaron hechas todas las alabanzas, y representados todos los méritos de la tía Zarandaja, y que eran tales, que si la Inquisición o la justicia ordinaria los hubieran sabido, no los hubieran premiado con menos que con quemarla viva, o enrodarla y descuartizarla; en lo tocante al señor que acababa con la tía Zarandaja de encerrarse, dijo la moza que su ama le traía engañado, chupándole los dineros con la promesa de embrujar y hechizar, para que le amase, a aquella misma señora que vivía en la vecindad, y que poco antes había estado allí.