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Mal haya el pícaro francés, que se me ha pegado á la lengua y voy á tener que ahogarlo en buena cerveza inglesa. Porque habéis de saber que no tengo una gota de sangre francesa en las venas y que soy el arquero Simón Aluardo, inglés de buena cepa y contentísimo de volver á poner los pies en su tierra.

Pues ¿y el castillo de Monleón, en Picardía, que parecía un cerro y que batimos, tomamos y saqueamos los soldados de Sir Roberto Nolles, antes de que existiera la Guardia Blanca? De allí saqué yo unos arreos de caballo, de plata maciza, que me valieron cien ducados. ¿Sois vos el arquero Aluardo? le preguntó en aquel momento un ballestero que acababa de cruzar el patio del castillo.

Buenos tiempos aquellos y mejores arqueros, en verdad, dijo Reno, pero á bien que ahí está Simón Aluardo, tan perito como el que más; y cuanto á , Yonson, como si no te hubiera visto yo ganarte el buey gordo allá en Fenbury, cuando te lo disputaron en el tiro al blanco los primeros arqueros de Londres.

Yo mismo no he podido conquistarme su confianza y obediencia; tuvieron como de costumbre su conciliábulo y los muy tercos, dirigidos por ese cabeza dura que ahí traéis, Simón Aluardo, resolvieron que habíais de ser vos y no otro quien los mandara. Pero vuestro plan era reforzar la Guardia con un centenar de reclutas, barón. ¿Dónde están?

También hubo que uniformar á hombres de armas y arqueros con el capacete liso, cota de malla, blanco coleto sin mangas sobre la cota y con el rojo león de San Jorge en el pecho, todo lo cual componía el uniforme de la famosa Guardia Blanca que con tanto orgullo llevaba Simón Aluardo.

Lloro por mi señor y por el valiente Simón Aluardo, y no cómo atreverme á comunicar la pérdida del primero á la baronesa y á su hija, suponiendo que no tengan ya noticia de su desgracia. ¡Ay de ! exclamó Tristán dando un gemido que espantó á los caballos. Duro es el trance en que os véis y también yo lamento la muerte de ambos.

¿Quién va? preguntó una voz potente. ¡Simón Aluardo, voto á bríos, que no quiere morir asado! ¡Y aquí en la torre tenéis también una dama á quien rescatar, junto con vuestro capitán el barón de Morel! ¡Pronto, bergantes! ¡La flecha y la cuerda, Vifredo, como en el sitio de Maupertuis! ¡Viva Simón! se oyó gritar á los arqueros y poco después la voz de Vifredo, que decía: ¿Estás pronto, camarada?

Todos os queremos tener por capitán en esta próxima campaña; y lo que la Guardia Blanca quiere ¿quién lo impide? ¡Pues me gusta! exclamó el barón sin ocultar su contento. La verdad es que si todos aquellos arqueros se os parecen, no hay jefe que no deba sentirse orgulloso de mandarlos. ¿Cómo os llamáis? Simón Aluardo, del condado de Austin. ¿Y el gigante ese?

Simón Aluardo, para serviros. Pues mírame bien, camarada, y no tendré necesidad de nombrarme. ¡Mala bombarda me parta si no es esa la cáfila de Reno el arquero! Embrasse-moi, camarada; y ambos amigos se estrecharon como dos osos. , el arquero Reno, ahora ballestero al servicio del barón, y casi olvidado ya de disparar ballesta ó arco.

¡Digo, pues si es este el viejo Simón Aluardo, de la Guardia Blanca! exclamó el hombre de armas que tan insolente se había mostrado con los escuderos. ¡Un abrazo, Simón! Por vida mía, tiempo hubo en que desde Limoges hasta Navarra no se conocía arquero más pronto en conquistar á una muchacha ó derrengar á un enemigo.