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Á principios de Febrero, tres días después de la llegada del barón de Morel y su Guardia Blanca á Dax, recibió el ejército inglés la orden de marcha en dirección á Roncesvalles. Orgulloso en verdad cabalgaba el barón á la cabeza de su gente, armado de punta en blanco y seguido de Roger, Simón y Reno, portando este último el estandarte del famoso guerrero.

Grandes carcajadas acogieron aquella salida del valiente arquero y Simón prometió hacer todo lo posible para que nombrasen á Tristán rey de armas y pudiese llevar á la práctica sus peregrinas ideas sobre justas y torneos. Allí viene Sir Guillermo Beauchamp, dijo Reno. Valiente caballero, pero temo que no pueda resistir el bote que promete darle la lanza del francés.

Á fe mía, que más entiendo yo de manejar la espada y la pica que el arco, dijo Reno, pero he llevado tantos años entre arqueros que recuerdo haber presenciado prodigios. Buenos tiradores hay aquí, pero no como algunos que recuerdo. ¿Ves aquello? preguntó Yonson al veterano, extendiendo el brazo hacia una bombarda que á no gran distancia se alzaba sobre su poco airosa cureña.

Entre los muertos se contaban ya los valientes nobles Burley, Butrón y Causton y los veteranos Yonson y Reno. Ni fué completo el respiro de los sobrevivientes, porque apenas deslindados los campos reanudaron el ataque los honderos posesionados de las cumbres inmediatas.

Ya ves, pues, que habrá ocasión de poner una flecha tan pronto en un castellano como en un francés. Pero entre tanto, amigo Reno, creo que también y yo tenemos nuestra cuenta pendiente y.... ¡Pesia , que lo había olvidado con la alegría de verte, camarada! dijo Reno.

Cuando te digo que ardo en deseos de verme otra vez frente á frente de aquella canalla.... Pues descuida, Reno, que si bien parece que esta vez nos esperan en España más que en Francia, andan las cosas tan revueltas que siempre habrá trabajo en todas partes y para todos los gustos.

En cuanto le digo que me faltan marineros me contesta que los guise á todos con salsa de Gascuña. Me dirigí á los arqueros. ¡Que si quieres! Allá se están las horas muertas jugando á los dados, presididos por el sargento Simón y Reno, y el gigantón cabeza roja que le rompió el brazo al pirata. "Mirad que el Galeón éste se va á hundir de un momento á otro," les digo.

Preguntádselo á éste, peneques, contestó modestamente el veterano señalando á Reno.

Un galón de vino del Jura apuesto por el arco, dijo Reno, y por mis barbas que preferiría apostarlo de buena cerveza de Londres si tal hubiera por estas tierras. ¡Apostado! exclamó el ballestero. Lo que no veo, continuó mirando rápidamente en derredor, es un blanco que merezca tal nombre, pues yo no he de perder el tiempo tirando á esos escudos, buenos para ejercitar reclutas.

Muy cierto es ello, y también que apenas nos habíamos puesto en guardia nos separaron el maldito preboste y sus hombres de armas. Á quienes la peste se lleve por entremetidos. Pero como quedamos en aclarar el punto en nuestra próxima entrevista, y veo que llevas puesta la espada, en guardia, Reno amigo y á quien Dios se la ....