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Entre los muertos se contaban ya los valientes nobles Burley, Butrón y Causton y los veteranos Yonson y Reno. Ni fué completo el respiro de los sobrevivientes, porque apenas deslindados los campos reanudaron el ataque los honderos posesionados de las cumbres inmediatas.

El de Santiago, á cargo de D. Martin Javier de Esquiros, dirigia su fuego con mas frecuencia hacia la campaña, donde combatia la caballeria contraria con la nuestra, sostenida una y otra de un cuerpo de honderos.

Por las espaldas de la iglesia de San Juan, acometieron con igual ó mayor empeño, pero los contuvo D. Martin Cea con su piquete de fusileros, y la caballeria de Calacoto y Juliaca, reforzada con los honderos de estos mismos pueblos que Orellana habia mandado apostar en aquel puesto desde los principios del ataque.

Parapetáronse los ingleses lo mejor que pudieron detrás de los peñascos, tendiéronse muchos en el suelo y dirigieron sus certeras flechas contra los honderos. ¡Barón! exclamó en aquel momento el señor de Burley; acaba de decirme Simón que no nos quedan más de doscientas flechas por junto. ¿Qué hacer? En mi opinión ha llegado la hora de parlamentar ó de morir casi indefensos.

Numerosos honderos castellanos habían tomado posesión de otras alturas cercanas y desde ellas lanzaron mortíferas piedras, con fuerza y acierto tal que en pocos momentos quedaron tendidos sin vida el veterano Yonson y algunos otros arqueros y malheridos quince de éstos y seis hombres de armas.

La guarnicion constaba de 136 fusileros, 440 lanceros de á pié, 64 artilleros, 308 hombres de caballeria, 104 honderos, y 1346 indios de la misma especie, reunidos y procedentes de los pueblos que se conservaban fieles.

Arrojando el cadáver por una ventana sobre los asaltantes, descalabraban a otro y perseguían a pedradas al tercero, como esforzadas nietas de los honderos mallorquines. ¡Ah, las valentas dònas, las esforzadas hembras de Can Tamany!

Agotadas muy pronto las flechas de los arqueros, lucharon desesperadamente con espadas, picas, hachas y mazas, aprovechando todas las ventajas de su posición. Por fortuna, el combate cuerpo á cuerpo impidió á los honderos castellanos continuar su obra de destrucción.

El barón y Roger, profundamente conmovidos, siguieron con la vista, inclinados sobre las rocas, el peligroso descenso del joven escudero. Llegado había éste á corta distancia y trataba de apoyar el pie en una hendidura de la roca, cuando recibió la primera descarga de los honderos enemigos. Una de las piedras le alcanzó de lleno en la sien y extendiendo los brazos cayó desplomado al abismo.

Pero ¿cómo defender un lugar tan mal guarnecido contra un ejército tan formidable como el del rey de Granada, que le combatia con mas de cien mil lanceros, ballesteros y honderos, multitud de picos y azadones y toda clase de máquinas de guerra?