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Y juraría que ambos están más acostumbrados á ceñir la armadura y repartir mandobles que á figurar entre cortesanos en la regia cámara. Á otros muchos nos pasa lo mismo, Sir León, repuso Chandos, y bien puedo asegurar que el mismo príncipe respira más á sus anchas en el campo de batalla que en su palacio. Pero oid los nombres de aquellos dos capitanes: Hugo Calverley y Roberto Nolles.

Inclinóse después Su Alteza hacia los dos caudillos Nolles y Calverley, que cerca tenía, y habló con ellos breves instantes. Ambos nobles salieron inmediatamente de la cámara con altanero paso y gozosa sonrisa. Juro por los santos del Paraíso, continuó el príncipe, que así como he sido aliado generoso, sabré ser también enemigo implacable.

Pues ¿y el castillo de Monleón, en Picardía, que parecía un cerro y que batimos, tomamos y saqueamos los soldados de Sir Roberto Nolles, antes de que existiera la Guardia Blanca? De allí saqué yo unos arreos de caballo, de plata maciza, que me valieron cien ducados. ¿Sois vos el arquero Aluardo? le preguntó en aquel momento un ballestero que acababa de cruzar el patio del castillo.

Los dos aguerridos capitanes Roberto Nolles y Hugo Calverley no habían regresado de la expedición á Navarra que el príncipe les encomendara, lo cual privó á los justadores ingleses de dos de sus mejores lanzas.

Pesada mano la de Nolles en tiempo de guerra, continuó el señor de Chandos. Á su paso por tierra enemiga deja siempre tras rastro sangriento y en el norte de Francia llaman todavía "Ruinas de Nolles" á los castillos desmantelados y pueblos destruídos que Sir Roberto dejó en aquellas asoladas comarcas.

Después se quitó algunas piezas de la armadura, ayudado por Roger, que hizo lo propio con la suya, mientras el barón continuaba, dirigiéndose á Norbury: Si el príncipe ha pasado ya con el grueso del ejército, indagad como podáis el paradero de Chandos, Calverley ó Nolles. ¡Dios os proteja!