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Esta última palabra les es aplicable, pues hacen el efecto de unos intrigantes, de gentes desclasificadas que, sin oficio conocido, viven de expedientes, de recursos poco dignos. Factótums bastardos, ni carne ni pescado, acomódanse un poco de todo, de los muertos, de los moribundos, de los vivos, y en ocasiones hasta de los animales terrestres.

Estos propósitos no eran constantes, porque otras veces meditaba sobre el mismo tema y hacía las siguientes consideraciones, llenas de buen sentido y de tolerancia. «No puede sostenerse en las acciones de la vida el criterio pesimista, que suele ser el disimulo del egoísmo. ¿Quién duda que existen en nuestro país, al lado de esa cáfila de alborotadores, cabecillas, intrigantes, charlatanes, aventureros, muchos caracteres nobilísimos, innumerables hombres de buena fe, patricios desinteresados, verdaderos y leales que se aplicarían a la política y serían discretos en la idea, enérgicos en la acción y honrados en la conducta?

Era de acero fino don Manuel, y tan honrado, que nunca, por muchos que fueran sus apuros, puso su inteligencia y saber, ni excesivos ni escasos, al servicio de tantos poderosos e intrigantes como andan por el mundo, quienes suelen estar prontos a sacar de agonía a las gentes de talento menesterosas, con tal que éstas se presten a ayudar con sus habilidades el éxito de las tramas con que aquellos promueven y sustentan su fortuna: de tal modo que, si se va a ver, está hoy viviendo la gente con tantas mañas, que es ya hasta de mal gusto ser honrado.

Los intrigantes suben; los amigos, los aduladores, los lacayos medran sin necesidad de sermones; pero nosotros, los que hemos de ascender por nuestro mérito apostólico, no podemos ser impacientes, tenemos que esperar en una actitud digna de sumisión y respeto. ¡Farsa, pura farsa! ¡Oh, si yo echase a volar mi dinero!... Pero mi dinero es de mi madre, y además yo no quiero comprar lo que es mío, lo que merezco por mi cabeza, no por mis arcas. ¿No quedábamos en que era yo una lumbrera? ¿No se dijo que en tenía firme columna el templo cristiano?

Y ¿cómo era posible detener al Estado en la pendiente, por donde se encaminaba á su ruína, cuando las riendas del Gobierno se encomendaron á María Ana de Austria, mujer débil y dominada por intrigantes, cuando tan difíciles de manejar habían parecido á Felipe III y á Felipe IV? La deuda pública, por efecto de las guerras continuas, se había acrecido en una proporción monstruosa, y la despoblación había caminado al mismo paso: necesitábanse inagotables riquezas, sólo para encubrir algún tanto su ruína, y lo peor era que no existían tales riquezas.

No están malos juguetitos los tales nenes dijo Jacobo con ira reconcentrada . La primera pifia que ha dado la Restauración ha sido abrir la puerta a esta canalla... ¡Dejar que se forme ahí una almáciga de intrigantes, una pépinière de hipócritas revolucionarios!...

Gener en que España es madrastra y no madre de sus mejores hijos, cuyo mérito no confiesa hasta que los extranjeros le reconocen y proclaman; y que, en cambio, pone por las nubes a medianías y hasta a nulidades intrigantes.

Y los mendigos privilegiados de Santo Tomás de Aquino expulsaban a cajas destempladas a dos o tres intrigantes, llegados de no dónde, con objeto de disputarles sus limosnas. Y M. Enrique Steimbourg, que mascaba un cigarro, hacía ya media hora, en el fumador de su padre, extrañábase de que su querido Alfredo no hubiese llegado aún.

D. Agustín Durán ha puesto de relieve, con su penetración acostumbrada, uno de los rasgos originales de este autor en el trazado de caracteres: «Los hombres de Tirso dice en el prólogo á sus comedias de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra, son siempre tímidos, débiles y juguete del bello sexo, en tanto que caracteriza á las mujeres como resueltas, intrigantes y fogosas en todas las pasiones, que se fundan en el orgullo y la vanidad.

Decíase en estos que Jacobo había prestado un gran servicio al partido restaurador, echando a pique con ciertos misteriosos papelitos a tres personajes intrigantes y tramposos que, ávidos siempre de poder y dinero, habían querido en Biarritz, después de la caída de Amadeo, injerirse traidoramente en la restauración del trono, que ellos mismos habían contribuido a hundir cinco años antes.