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Era una procesión de aquelarre, una cáfila de infierno, y hasta la luz matinal se tornaba siniestra al alumbrar de lleno las palideces patibularias, las femeninas guedejas lodosas de sudores febriles y polvo subterráneo, las atroces pupilas que parecían conservar aún la expresión de terror y de súplica que tomaron en el tormento.

Pálida, con palideces de azucena, aquella carita fina y dulce se hacía casi marmórea por el contraste que producían en ella lo negro de los cabellos y lo espeso de las cejas. Permanecía con la vista baja, con cierto aire gazmoño, , gazmoño, que no me causó buena impresión. ¿Cómo hacer para que me dejara ver sus ojos? Vea usted, vea usted.

Un sueño de nevadas morbideces oculta su dorada cabellera en un flotar de vagas palideces. Cuando en mi rostro sus pupilas fija, en vez de corazón tener quisiera el infernal rubí de su sortija...! Nació en Batangas, 1890. Cual la mayor parte de los vates registrados en este Florilegio, cursó el bachillerato en el Ateneo de la Compañía, donde fomentábase el amor a las letras humanas.

Marta se apresuró a ver quién era la que llamaba a la puerta, y volviéndose inmediatamente a la joven, le dijo: Elena, es Mariana, la cocinera; tu madre me ordena que baje en seguida contigo. ¿Mi madre nos llama? exclamó la joven . Dios mío, ¿qué irá a suceder? La viuda no estaba menos asustada, pero se dominó, y dijo con aparente tranquilidad: ¿Por qué palideces, pobrecilla? Yo voy contigo.

Con su ex-novio se mostró circunspecta, dejó aquel tono agresivo que con él acostumbraba a emplear y se hizo más suave y formal; pero también, con gran disgusto suyo, la emoción que sentía al hablarle se le traslucía no pocas veces en una leve alteración de la voz y en palideces o rubores enfadosos.

Al ponerse el sol, aquel magnífico cielo de Occidente se encendía en espléndidas llamas, y después de puesto, apagábase con gracia infinita, fundiéndose en las palideces del ópalo.

El tercer viaje, en pleno invierno, fué muy duro, y al final de una noche lluviosa, cuando las sutiles palideces del alba empezaban á sacar de la sombra los contornos todavía esfumados de la realidad, el Mare nostrum llegó á la rada de Salónica. Sólo una vez había estado Ferragut en este puerto, muchos años antes, cuando todavía era de los turcos.