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La Sanguijuelera acompañó a su sobrina a la siguiente mañana, obsequiándola con una retahíla de preciosos consejos que debieran reunirse y archivarse como uno de los mejores ejemplos de la sabiduría humana. «Lo de tu herencia es ya sal y agua. Después de tantos mareos y bascas, has vomitado al fin la gran pandorga.

Es, pues, el caso que el estómago del pobre Sancho no debía de ser tan delicado como el de su amo, y así, primero que vomitase, le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora; y, viéndose tan afligido y congojado, maldecía el bálsamo y al ladrón que se lo había dado.

Sin fuerza y medio muertos la mitad de los pasageros con las imponderables bascas que causa el balance de un navío en los nervios y en todos los humores que en opuestas direcciones se agitan, ni aun para temer el riesgo tenian ánimo: la otra mitad gritaba y rezaba; estaban rasgadas las velas, las xarcias rotas, y abierta la nave: quien podia trabajaba, nadie se entendia, y nadie mandaba. Algo ayudaba á la faena el anabautista, que estaba sobre el combes, quando un furioso marinero le pega un fiero embion, y le derriba en las tablas; pero fué tanto el esfuerzo que al empujarle hizo, que se cayó de cabeza fuera del navío, y se quedó colgado y agarrado de una porcion del mástil roto. Acudió el buen Santiago á socorrerle, y le ayudó á subir; pero con la fuerza que para ello hizo, se cayó en la mar á vista del marinero que le dexó ahogarse, sin dignarse siquiera de mirarle. Candido que se acerca, y ve á su bienhechor que viene un instante sobre el agua, y que se hunde para siempre, se quiere tirar tras de el al mar; pero le detiene el filósofo Panglós, demostrándole que habia sido criada la cala de Lisboa con destino á que se ahogara en ella el anabautista. Probándolo estaba

Los síntomas son bascas, convulsión, delirio, frenesí; en su último período degenera en licantropía y misantropía, en cuyo estado el enfermo se siente con arranques de hacer una gran hoguera para quemar a medio linaje humano». Eso está bien dicho; pero algo frío, Bartolo. Duro, más duro en ellos. Veamos cómo te desenvuelves en la voz <i>Fraile</i>.

A esta palabra, Albión se cubre de su más espesa neblina; los dandys caen en el spleen más negro; las ladys se llenan de diablos azules las mises sienten bascas, y las modistas se tocan de los nervios. No es extraño, pues, que Erín se creyese degradado, dejándose robar por ladrones vulgares; y así es que se defendió como un león.

Arreció la lluvia, y el absorbedero deglutaba ya una onda gruesa que hacía gargarismos y bascas al chocar con las paredes de aquel gaznate... Jacinta echó a correr hacia la casa y subió. Los nervios se le pusieron tan alborotados y el corazón tan oprimido, que sus suegros y su marido la creyeron enferma; y sufrió toda la noche la molestia indecible de oír constantemente el miiii del absorbedero.

Carmen mostrábase animosa, muy pálida, apretando los labios, azulados por la emoción, moviendo nerviosamente las pestañas para mantenerse serena; y cuando le veía ya en el vestíbulo, llevábase de pronto el pañuelo a los ojos, estremecido el cuerpo por las bascas de suspiros y llantos que no lograban salir, y su hermana y otras mujeres tenían que sostenerla para que no viniese al suelo.

Volví a poner toda la luz de mi discurso sobre esta mancha de su conducta conmigo; deseaba conocerla en toda su extensión para «indignarme» contra él: desesperado recurso de náufrago entre las bascas de su agonía; extender los desfallecidos brazos en busca de un asidero que no han de hallar; gastar las últimas fuerzas en inútiles tentativas, para hundirse primero.

¡No ir!... ¡No ir!... repetía Diógenes, y púsose a combinar al punto un fantástico viaje de huida, en que se le figuraba subir al coche que acababa de parar en la puerta, cuyos sonoros cascabeles llegaban a su oído taladrándole la cabeza, y correr a escape a San Sebastián, y embarcarse allí para el fin del mundo, huyendo como Caín de aquel juez que le perseguía, dando vueltas por la tierra, vueltas y más vueltas, que vinieron por fin a marearle, produciéndole bascas terribles, entre las que creyó ver asomar ya la guadaña de la muerte... ¡La muerte!

Lo que por Miguel de Cervantes pasaba, pasado había al verle, o dígase mejor, al entreverle, y en un punto, por doña Guiomar; si la ponzoñosa saeta del amor había herido el corazón de Cervantes, traspasado había el de doña Guiomar; si él había sentido las bascas de una dulce muerte, no menos poderosas sentíalas ella, y si él ansiaba llegar a la resolución de aquellas sus dolorosas dudas, no menos lo ansiaba ella.