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El ogro estaba cada vez más irritado conforme descendía la ardorosa cuesta, y mientras mascullaba sus palabrotas, animaba con el látigo a los machos, que caminaban desfallecidos, con la cabeza baja, casi rozando el suelo.

Aquellos señores no podían estar así con las ropas impregnadas de humedad, cansados y desfallecidos por una noche de lucha. ¡Pobrecitos, bastaba verles! Y colocaba sobre la mesa galletas, pasteles, una botella de ron; todo lo que podía encontrar en la despensa, y hasta un paquete de cigarrillos rusos con boquilla dorada que la hortelana miraba con escándalo. Déjalos, tía decía a la pobre vieja.

Que al dia siguiente oyeron tiros de artilleria, y saliendo de allí á reconocer con la vista lo que alcanzasen, faldearon el cerro por la izquierda, y guiados por la seña, descubrieron la pampa grande del otro lado con el riachuelo, y una laguna que estaba entre riscos al pié del volcan; pero desfallecidos, por no haber comido dos dias, y lastimados los pies de tanto andar, pues juzgan que anduvieron mas de veinte leguas, en los nueve dias, hasta Puñechué, y de allí todos juntos al Rio Bueno.

Maravillaba la serenidad, la energía y la astucia que desplegó durante aquellas críticas circunstancias. Nada se logró en todo el día del lunes ni en toda la noche. Las esperanzas de la familia se disipaban poco a poco. Todos se entregaban desfallecidos al dolor y gemían por los rincones de la casa menos la valiente Carlota, cuya actividad crecía a medida que las esperanzas mermaban.

Esta noticia produjo grandísimo aliento en los desfallecidos ánimos, internándose la escuadra por el canal, el cual debiendo ser nuevamente reconocido por haber llegado á puntos difíciles, salió en nueva exploración la San Antonio, la que se esperó en vano, sabiéndose después, que habiéndose perdido en el intrincado laberinto de aquel peligroso paso, y no encontrando á la Capitana, tomó rumbo á España.

También se juró negarse a leer la carta delante de su madre, aunque ella lo pidiera puesta en cruz. «Aquella carta era de él, de él solo». Llegó el coche. Una carretela vieja, desvencijada, tirada por un caballo negro y otro blanco, ambos desfallecidos de hambre y sucios.

La mecha de petróleo, consumida, carbonizada, atufaba la habitación, dejándola casi en tinieblas, cuando dos o tres gritos, no ya desfallecidos, sino, al contrario, grandes, potentes, victoriosos, conmovieron la habitación, y tras de ellos se oyó, perceptible y claro, un vagido. ¡Por fin llegó! Amparo descansa abismada en el reposo inefable de las primeras horas.

Volví a poner toda la luz de mi discurso sobre esta mancha de su conducta conmigo; deseaba conocerla en toda su extensión para «indignarme» contra él: desesperado recurso de náufrago entre las bascas de su agonía; extender los desfallecidos brazos en busca de un asidero que no han de hallar; gastar las últimas fuerzas en inútiles tentativas, para hundirse primero.

Conocido es de todos el trágico fin de los Omeyas en Oriente: los vengativos Abassides con un falso seguro reunieron en un banquete á noventa de aquellos, los mandaron azotar hasta que cayeron desfallecidos en el suelo, hicieron estender los estrados sobre ellos, y comieron sobre aquellas alfombras oyendo los gemidos de sus víctimas hasta que espiraron.

Andando en estas investigaciones, se nos presentó una mujer más que cincuentona, limpia y afable, a preguntarnos qué queríamos tomar mientras llegaba la hora de la cena, que en aquella casa era la de las ocho; porque barruntaba que debíamos de venir desfallecidos... Dímosle las gracias, asegurándola que de ningún alimento necesitábamos hasta la hora de cenar, y volvió a dejarnos solos.