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A esta palabra, Albión se cubre de su más espesa neblina; los dandys caen en el spleen más negro; las ladys se llenan de diablos azules las mises sienten bascas, y las modistas se tocan de los nervios. No es extraño, pues, que Erín se creyese degradado, dejándose robar por ladrones vulgares; y así es que se defendió como un león.

Algunos refieren la historia del paseo de coches diciendo que a cierto caballo inglés, hastiado de tanto ir y venir a la Castellana, acometido del spleen y en peligro inminente de suicidarse, se le puso un día entre las dos orejas el hollar los jardines privilegiados; insinúa su extravagante deseo al amo, le da algunas razones, y últimamente le persuade a que interponga su influencia para que de allí en adelante se extienda el privilegio de los bípedos a los caballos lucios y bien educados.

Amigo mío, proporcióneme usted un hombre con quien romperme el alma. ¿Tiene usted <i>spleen</i>? Horroroso. Y yo. Los españoles también solemos padecer esa enfermedad. Es muy raro. En buena ocasión me ha salido usted hoy al encuentro. ¿Por qué? Porque tenía una mala tentación.

En su boca bestial se sucedían rápidamente salvajes contracciones de cólera y perrunas sonrisas. En los días de «spleen» mordía y quebraba cuanto hallase a su alcance. Muy prudentemente, Catalina lo tenía pues encerrado en una sólida jaula de hierro, al menos hasta que se mostrase más tranquilo y sociable.

Qué exageración, mi pobre Francisca... ¡Cómo! exclamó Francisca con cólera, ¿encuentras divertido vivir en medio de los aiglemonteses?... Pues sólo con pasar por las calles un poco estrechas de este viejo Aiglemont, atrapo yo el spleen... ¡Pobre Francisca! dije con sonrisa burlona. , búrlate de , pero eso no quita que esté muy harta de esta vida.

¡Es, sin embargo, bastante fea! dijo Raúl protestando y englobándola en su aversión a las hijas de Albión, cuya vista solamente le daba el «spleen».

Desde el comienzo de su reinado, el Rey, nuestro augusto amo, veíase atormentado de una enfermedad de que nadie había logrado aliviarle; el señor Zúñiga, médico de la corte, llegó a perder la esperanza; y todo lo que había podido descubrir era que esta enfermedad tenía mucha semejanza con una inventada por los ingleses y que ellos llaman spleen.

Era este juego un antídoto contra el «spleen». Era la mejor imagen de la vida. Era el astro propicio de los nacimientos, la piedra filosofal que buscaran en vano los alquimistas, la panacea de todos los males, y muchas y muchísimas otras cosas más, no menos buenas y brillantes...

Señora dijo Rafael , es que a la ambición le ha entrado la manía general de nobleza. Tía exclamó Rita , si nos metemos en la política, y os ponéis a repetir las sentencias de mi tío, os advierto que don Federico va a caer en esa quisicosa alemana, Rafael en el spleen inglés y Gracia y yo en el ennui francés. ¡Desvergonzada! dijo su tía.

Estaba en lo más negro de la negrura del <i>spleen</i>, y pasó por la idea de pegarme un tiro o de arrojarme de cabeza al mar. Todo por un amor desgraciado. Cuénteme usted eso y le daré buenos consejos. No me hacen falta. Yo me entiendo solo. Yo conozco a la mujer que le trae a usted a tan lastimoso estado. Usted no conoce nada. Dejemos esa cuestión y no hablemos más de ella.