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Entonces le fué puesta una aljuba amarilla con mangas largas, una capilla en forma de capuz rematada en una gran borla de colores, i por último un rótulo que con abultadas letras decia: «ESTE HA JUDAIZADO.» I en esta forma i cabalgando en un asno fué llevado al lugar diputado para quemadero, donde se cumplió la sentencia.

Del castillo de popa, con sus torneados balconajes, a la proa, rematada por el esculpido mascarón, se tendieron techos pajizos iguales a los de las chozas indianas. Al tocar tierra, Diego Méndez, contador de la flota, había repartido el último racionamiento de bizcocho y de vino. Nada quedaba en las despanzurradas bodegas.

Tal vez les habían indicado un vado ó una barca olvidada para salvar el Marne, y continuaban su retroceso hacia el río. De un momento á otro, los alemanes iban á entrar en Villeblanche. Transcurrió media hora de profundo silencio. El pueblo perfilaba sobre un fondo de colinas su masa de tejados y la torre de la iglesia rematada por la cruz y un gallo de hierro.

Su vista recorría aquella nuca rematada por la apretada cabellera rubia, como una cimera de oro; el cuello blanco, redondo, carnoso; la espalda amplia y esbelta, oculta, bajo una blusa de seda azul, adelgazando sus líneas rápidamente en el talle y ensanchándose después, para marcar el contorno de las caderas bajo la falda gris ajustada en armónicos pliegues como los paños de una estatua, y por cuyo borde asomaban los sólidos tacones de unos zapatos ingleses, encerrando el pie pequeño, ágil y fuerte.

Y Dupont el mayor acogía con sonrisa benévola las palabras de su primo, mientras enumeraba las excelencias de cada vino famoso. El encargado de la bodega, rígido como un soldado, se colocaba ante los toneles con dos copas en una mano y en la otra la avenencia, una varilla de hierro rematada por un estrecho cazo. ¡Saca, Juanito! ordenaba imperiosamente el amo.

Como veinte años antes de la historia que vamos narrando, llegaron a la ciudad donde sucedió, un caballero de mediana edad y su esposa, nacidos ambos en España, de donde, en fuerza de cierta indómita condición del honrado don Manuel del Valle, que le hizo mal mirado de las gentes del poder como cabecilla y vocero de las ideas liberales, decidió al fin salir el señor don Manuel; no tanto porque no le bastase al Sustento su humilde mesa de abogado de provincia, cuanto porque siempre tenía, por moverse o por estarse quedo, al guindilla, como llaman allá al policía, encima; y porque, a consecuencia de querer la libertad limpia y para buenos fines, se quedó con tan pocos amigos entre los mismos que parecían defenderla, y lo miraban como a un celador enojoso, que esto más le ayudó a determinar, de un golpe de cabeza, venir a «las Repúblicas de América», imaginando, que donde no había reina liviana, no habría gente oprimida, ni aquella trabilla de cortesanos perezosos y aduladores, que a don Manuel le parecían vergüenza rematada de su especie, y, por ser hombre él, como un pecado propio.

El torero se puso unos guantes blancos y agarró el alto bastón, signo de dignidad en la cofradía: una vara forrada de terciopelo verde, con contera de plata y rematada por un óvalo del mismo metal. Eran más de las doce cuando el elegante encapuchado se encaminó a San Gil, por las calles llenas de gentío.

Algunas cuadrillas llevaban como refuerzo un muchacho cargado con la aguja, pesada barra de hierro puntiaguda por un lado y rematada por el opuesto con una anilla.

La humillación de ver al último varón de su raza reducido a estado relativamente precario por tan largo espacio de tiempo, era para ella prueba penosísima, pero la sola idea de verse obligada a vender su casa de la calle Varennes o sus bosques de los Genets, presentábase a su imaginación cual rasgo de rematada locura, y, en su afán de conciliar sentimientos tan contradictorios, dio en la idea de mejorar la suerte del marqués por el único expediente posible, que era casarlo con una rica heredera.

Vió con enormes dimensiones la cara de mistress Augusta Haynes, rematada por su honorífico gorro, y que le sonreía protectoramente, como nunca le había sonreído la verdadera en el lejano país de su nacimiento. Poco á poco fué ladeando la cabeza, y desaparecieron de su redondel de vidrio el Padre de los Maestros, el orador y los grupos universitarios.