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Las palabras alemanas, al surgir rudas y sonoras por entre sus barbas de cáñamo rojo, provocaban en los balconajes una explosión de carcajadas y rubores femeniles. Era la risa gruesa que acompaña a los chistes equívocos. «¿Qué dice? ¿que dice?», preguntaban los más, al no entender estas agudezas germánicas. Y aunque no obtuviesen contestación, reían igualmente.

Los otros pueblos han llegado mucho después, a la hora de los adornos y balconajes, para dar lo cómodo y lo lindo. Lo más duro, el trabajo ingrato y peligroso de albañilería, lo hizo «la vieja». Y cuanto más quieran ustedes elevar su edificio dijo Ojeda , cuanto más grandioso y solemne lo deseen, más tendrán que bajar en busca de los cimientos para reforzarlos, so pena de venirse abajo.

Del castillo de popa, con sus torneados balconajes, a la proa, rematada por el esculpido mascarón, se tendieron techos pajizos iguales a los de las chozas indianas. Al tocar tierra, Diego Méndez, contador de la flota, había repartido el último racionamiento de bizcocho y de vino. Nada quedaba en las despanzurradas bodegas.

Luego de recorrer todos los pisos del castillo central, descendió la procesión al combés, instalándose junto a la piscina. Los emigrantes, acorralados en la proa tras una valla de cuerdas, contemplaban en silencio la grotesca ceremonia. Los balconajes del castillo central llenábanse de gentío.

Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era más que un pequeño resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda una manzana, pero había ido empequeñeciéndose con el paso de los siglos y los apuros de la familia. Ahora una parte de él era residencia de monjas, y otras fracciones habían sido adquiridas por ciertos ricos, que desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio, atestiguada por la línea uniforme de aleros y tejados. Los mismos Febrer, refugiados en la parte del caserón que miraba al jardín y al mar, habían tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus rentas, a almacenistas y pequeños industriales. Junto a la portada señorial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa.

La gente abandonaba los balconajes para correr a este último sitio. Cerca del jardín de invierno encontróse con Maud, que marchaba entre los esposos Lowe. Cruzaron un saludo, y Ojeda experimentó instantáneamente una sensación de extrañeza. Mrs. Power parecía otra mujer. Casi sintió deseos de pedirla perdón, como el que se equivoca confundiendo a un extraño con una persona amiga.

Era obra del arquitecto de la Opera de París, una construcción recargada, chillona y pueril, toda ella de un tono de manteca tierna, con techos policromos, torrecillas cargadas de balconajes, hornacinas con estatuas innominadas, y muchos frisos de azulejos, muchos mosaicos dorados. En los ángulos había escudetes de cerámica verde imitando á cabujones de esmeralda.

Un rico que gustaba de mezclarse con la gente pobre; no como los otros señores, que sólo se dejaban ver en los balconajes de los puentes para echar una mirada de lástima, huyendo apenas se volvían hacia ellos algunas cabezas, cual si no quisieran concederles ni el goce de la curiosidad.

Desde la explanada de proa abarcábase en conjunto su enorme fachada blanca, semejante a la de un palacio en construcción, cortada por galerías de un extremo a otro y rematada por un kiosco que era el puente. Sobre las filas de curiosos asomados a los diversos balconajes aparecían otros subidos en bancos y sillas, avanzando las cabezas para ver mejor la fiesta.

Las cámaras situadas a popa eran un pequeño palacio por dentro, y por fuera una especie de fantástico alcázar; los balconajes, los pabellones de las esquinas de popa, semejantes a las linternas de un castillo ojival, eran como grandes jaulas abiertas al mar, y desde donde la vista podía recorrer las tres cuartas partes del horizonte.