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Antes de ir á las Columnas, escribí tres cartas á mis buenos y excelentes amigos de Reus. Mis lectores ignoran, como no puedo menos de suceder, la grande y justísima estimacion que profeso á esa ciudad, la cual ha sido uno de los pueblos de España que ha prestado una hospitalidad más generosa á mis pobres escritos, así políticos como literarios y filosóficos.

La respetabilidad de la firma del autor, la justísima reputación de la revista y nuestra afición á la lectura nos hicieron adivinar un precioso cuadro que encarnaría algún cáncer moral.

En el mismo instante se presenta una diputación de los vecinos de Zalamea, para anunciar á Crespo que lo han elegido alcalde. A la vez le anuncian que el rey Felipe vendrá aquel mismo día á Zalamea, y que el capitán Alvaro, herido, ha sido llevado al pueblo. Crespo se apresura á tomar posesión de su nuevo cargo, y su primer acto, como alcalde, es la prisión del capitán, cuya herida no resulta tan peligrosa como se creyó al principio; Alvaro protesta contra la aplicación de la justicia civil á un oficial; Crespo manda entonces que se retiren todos los circunstantes, porque tiene que hablar con él á solas. Admirable es la escena que sigue. El alcalde, con frases enérgicas, echa en cara al oficial que ha deshonrado á su hija la infamia de su conducta, manchando el lustre de una familia, que había subsistido inmaculada siglos hacía; intenta hacerle comprender, que su obligación, según las leyes divinas y humanas, es devolver á Isabel el honor que le ha robado, y que no hay otro medio de conseguirlo que casándose con ella; le ofrece cederle toda su fortuna y todas sus posesiones, y, por último, se arrodilla ante él, conjurándole, por lo más sagrado, que acceda á su justísima pretensión. Pero el insensible capitán rechaza con frío desprecio la súplica, para él insensata, del sencillo anciano, y entonces se levanta Crespo de repente blandiendo su vara de alcalde, y manda á los vecinos que acorren, que encierren al culpable en la cárcel. Alvaro se opone, pero al fin queda preso. Crespo entabla las diligencias judiciales necesarias; toma declaración á los soldados, también presos; les hace confesar el delito, y obliga á su hija á declarar también sobre la existencia del atentado, y sobre el delincuente. Después de esto encierra en la cárcel á su hijo, acusado de sacar la espada contra su superior jerárquico, y, cuando algunos extrañan tanto rigor, les contesta: «Lo mismo haría con mi propio padre si la ley lo mandaraMientras tanto, un soldado fugitivo cuenta á Don Lope de Figueroa lo que sucede en Zalamea.

»Item, que en las comedias se quite el desmesurarse los embajadores con los reyes, y que de aquí en adelante no le valga la ley del mensajero ; que ningún príncipe en ellas se finja hortelano por ninguna infanta, y que a las de León se les vuelva su honra con chirimías , por los testimonios que las han levantado; que los lacayos graciosos no se entremetan con las personas reales si no es en el campo, o en las calles de noche; que para querer dormirse sin qué ni para qué, no se diga: «Sueño me toma», ni otros versos por el consonante, como decir a rey, «porque es justísima ley», ni a padre, «porque a mi honra más cuadre», ni las demás; «A furia me provocó» , «Aquí para entre los dos» y otras civilidades, ni que se disculpen sin disculparse, diciendo: «Porque un consonante obliga a lo que el hombre no piensa» .

¡Qué he de opinar, mi General! contestó el preguntado encogiéndose de hombros y sonriendo amargamente; qué he de opinar sino que la peticion es justa, ¡justísima y que me parece estraño se hayan empleado seis meses en pensar en ella! Es que se atraviesan de por medio consideraciones, repuso el P. Sibyla friamente y medio cerrando los ojos.

Y casi bruscamente, le dijo que podía retirarse. Cuando se quedó solo dio orden de que no se dejara entrar a nadie más. La gravedad de sus pensamientos en ese instante y la irritación que sentía contra mismo, no le permitían ocuparle de otro asunto. La observación que le había hecho Vérod era justísima: ¿Cómo negar su valor?

Pero en las miradas de los jueces se notaba poco interés por este intruso alborotador que venía á turbar con sus protestas la solemnidad de las deliberaciones. Batiste, trémulo por la ira, balbuceó, no sabiendo cómo empezar su defensa, por lo mismo que la creía justísima. Había sido engañado; Pimentó era un embustero y además su enemigo implacable.

Cosa justísima y naturalísima que usted haya resuelto eso. Siendo el destino de la una el claustro y de la otra el celibato, ¿a qué viene el consentirles conversaciones con los jóvenes? Es claro... a qué viene... No aprenderían más que cosas malas, pecados... ¡y qué pecados!

Pero como subsisten vigorosas las demas razones y fundamentos que forman una mas que semiplena probanza de la realidad del establecimiento de nuestros enemigos en aquellos propios terrenos, por eso, con justísima razon el poderoso invicto Monarca, que felizmente nos gobierna, tuvo á bien expedir la real órden de 29 de Diciembre de 1778, en que, á consecuencia de las actuaciones que promovió el distinguido y ardiente celo del Coronel D. Joaquin de Espinosa, se sirvió adoptar las oportunas y bien fundadas reflexiones que le hizo esta Capitanía General, en apoyo de la propuesta que el Coronel D. Joaquin explicó en su carta de fojas 143, del cuaderno 5, dejando á la discrecion de este Superior Gobierno el arreglo de las expediciones que han de egecutarse, con el importantísimo objeto de descubrir semejantes establecimientos, y salir de una vez de dudas y equivocaciones: graduando el tiempo en que convenga se verifiquen con la menos costa que sea posible: formando á este efecto las instrucciones que hayan de observarse, y cuidando de precaver en ellas todos los riesgos que las pueda empeñar en la pérdida de gentes, sin una necesidad muy urgente, y que no pueda remediarse ó alcanzarse, por razon de haber de hacer sus marchas por parages desconocidos.

Pero Gonzalo, no tanto por su cualidad de alcalde, como por sus puños terribles, inspiraba tal respeto, que al fin se resignaron a quedarse con la justísima paliza que a tres de sus colegas les habían administrado. Pasó el Carnaval sin gran animación.