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Quizás influyeran en los ánimos las alegres casas del pueblo de Pasig, las copitas de Jerez que habían tomado para prepararse ó acaso la perspectiva de un buen almuerzo; sea una cosa ú otra el caso es que reían y bromeaban incluso el franciscano flaco, aunque sin hacer mucho ruido: sus risas parecían muecas de moribundo. ¡Malos tiempos, malos tiempos! decía riendo el P. Sibyla.

Movimiento de asombro en P. Sibyla quien vió al P. Salví estremecerse y mirar de reojo hácia Simoun. Porque no es nada galante, continuó Simoun con la mayor naturalidad, dar una peña por morada á la que burlamos en sus esperanzas; no es nada religioso esponerla así á las tentaciones, en una cueva, á orillas de un río; huele algo á ninfas y á driadas.

Va á verse con el General. ¡No importa! ¡el P. Sibyla se opone! ¡Que se oponga! Por eso viene para... en Los Baños, ante el General. Y el estudiante Basilio hacía una mímica con sus dos puños haciéndolos chocar uno contra el otro. ¡Entendido! observó riendo Capitan Basilio. Pero aunque ustedes consigan el permiso, ¿de dónde sacarán fondos...?

El secretario miró con cierta inquietud al P. Sibyla y al P. Irene. Lo gordo iba á salir. Ambos se prepararon. La solicitud de los estudiantes pidiendo autorizacion para abrir una Academia de Castellano, contestó el secretario. Un movimiento general se notó entre los que estaban en la sala y despues de mirarse unos á otros fijaron sus ojos en el General para leer lo que dispondría.

Me contento entonces con que ustedes me paguen de boquilla, replicó alegremente Simoun; usted, P. Sibyla, en vez de darme cinco tantos me dirá, por ejemplo: renuncio por cinco días á la pobreza, á la humildad, á la obediencia... usted; P. Irene: renuncio á la castidad, á la largueza, etc. ¡Ya ven que es poca cosa y yo doy mis brillantes!

Aumentaba su buen humor la circunstancia de dar muchos codillos, pues el P. Irene y el P. Sibyla que con él jugaban, desplegaban cada uno toda su inteligencia para hacerse perder disimuladamente, con gran irritacion del P. Camorra que por haber llegado, tan solo aquella mañana no estaba al tanto de lo que se intrigaba.

Vino una discusion en que todos, olvidándose del Capitan General, intervinieron; hablaban á la vez, gritaban, no se entendían, se contradecían; Ben Zayb las tenía con el P. Camorra y se enseñaban los puños, el uno hablaba de gansos y el otro de chupa-tintas, el P. Sibyla hablaba del Capítulo y el P. Fernandez, de la Summa de Sto.

El tono con que hablaba el joyero era tan serio, y apoyaba su frente contra la punta del dedo índice como en señal de gran cavilacion, que el P. Camorra contestó muy serio: ¡Quién sabe, quién sabe! Y pues que de leyendas se trata, y entramos ahora en el lago, repuso el P. Sibyla, el Capitan debe conocer muchas...

El P. Irene, prosiguió Makaraig, me ha enterado de todo lo que ha pasado en Los Baños. Parece que estuvieron discutiendo lo menos una semana, él sosteniendo y defendiendo nuestra causa contra todos, contra el P. Sibyla, el P. Hernandez, el P. Salví, el General, el segundo Cabo, el joyero Simoun...

Y sin hacer caso de las protestas ni de las réplicas, Simoun bajó por la pequeña escalera que conduce al interior repitiendo con desprecio: ¡Vaya, vaya! El P. Sibyla estaba pálido; era la primera vez que á él, Vice Rector de la Universidad, se le atribuían tonterías; don Custodio estaba verde: en ninguna junta en que se había encontrado había visto adversario semejante. Aquello era demasiado.