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Actualizado: 27 de junio de 2025


Como no aparecía el chino que debía traer el plato, levantóse uno de los estudiantes y se fué al fondo, hácia el balcon que daba al río; mas se volvió inmediatamente haciendo señas misteriosas. Nos espían; ¡he visto al favorito del P. Sibyla! ¿? exclamó Isagani levantándose. Es inútil; al verme se ha ido. Y acercándose á la ventana, miró hácia la plaza.

Más allá fué donde perdieron su traza y un poco más lejos, cerca de la orilla, descubrieron algo como color de sangre... Y ¡precisamente! hoy hace trece años, día por día, que esto ha sucedido. ¿De manera que su cadáver?... preguntó Ben Zayb. Se vino á reunir con el de su padre, contestó el P. Sibyla; ¿no era tambien otro filibustero, P. Salví?

Nuestro lazo prestigio, P. Sibyla, está ya muy gastado, preparemos otro, el lazo gratitud por ejemplo. No seamos tontos, hagamos lo que los cucos jesuitas... ¡Oh, oh, P. Fernandez! No, no; todo lo podía tolerar el P. Sibyla menos proponerle á los jesuitas por modelo. Tembloroso y pálido se deshizo en amargas recriminaciones.

El P. Sibyla ni le miraba siquiera; le dejaba bufar; el P. Irene, más humilde, procuraba escusarse acariciando la punta de su larga nariz. S. E. se divertía y se aprovechaba, á fuer de buen táctico como se lo insinuaba el canónigo, de las equivocaciones de sus contrarios.

Volvió á encogerse de hombros el alto empleado como quien no comprende qué consideraciones podían ser aquellas. Aparte de lo intempestivo del propósito, prosiguió el dominico, aparte de lo que tiene de atentatorio á nuestras prerrogativas... El P. Sibyla no se atrevió á continuar y miró á Simoun. La solicitud tiene un caracter algo sospechoso, concluyó éste cambiando una mirada con el dominico.

Este pestañeó dos veces. El P. Irene que los vió comprendió que su causa estaba ya casi perdida: Simoun iba contra ella. Es una rebelion pacífica, una revolucion en papel sellado, añadió el P. Sibyla. ¿Revolucion, rebelion? preguntó el alto empleado mirando á unos y á otros como si nada comprendiese.

Ninguno se atrevía á hacer coro á aquellas diatribas; don Custodio podía indisponerse con S. E. si quería, pero ni Ben Zayb, ni el P. Irene, ni el P. Salví, ni el ofendido P. Sibyla tenían confianza en la discrecion de los demás.

Tan pronto como saben el castellano se hacen enemigos de Dios y de España... lea usted si no el tandang Basio Macunat; ¡ese que es un libro! ¡Tiene verdades como esto! Y enseñaba sus redondos puños. El P. Sibyla se pasó la mano por la corona en señal de impaciencia.

Y el P. Camorra cerraba sus puños. Y á decir verdad, observó el P. Sibyla como dirigiéndose nada más que al P. Irene; el que quiere enseñar, enseña en todas partes, al aire libre: Sócrates enseñaba en las plazas públicas, Platon en los jardines de Academo, y Cristo en las montañas y lagos.

En este último punto vió un coche donde iba el Vice Rector P. Sibyla, acompañado de D. Custodio, y diéronle grandes ganas de coger al religioso y arrojarlo al agua.

Palabra del Dia

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