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Este último, bien ordenado y bastante rico, contiene entre otras obras admirables las estatuas griegas del Gladiador y de la Vénus, que llenan de asombro el ánimo y hacen la apología de la Grecia artística: imposible cosa mas admirable, son modelos, son obras eternas, son prodigios de arte.

Además, descubrió de pronto que este gladiador, que parecía un gigante en medio del circo, tendiendo la fiera cornuda muerta á sus plantas, apenas sobrepasaba con su cabeza los hombros de ella.

Cerraron tras la puerta de la boardilla; pero esta puerta, vieja y desvencijada, tenía tales rendijas, que le permitieron a Miguel enterarse de lo que dentro ocurría: el cura encendió un quinqué, que había sobre la mesa de la plancha, y acto continuo se despojó de la sotana, y quedó en mangas de camisa hecho un gladiador; y para que todavía la semejanza fuese más perfecta, remangóselas, y lo mismo los pantalones.

Su vida fue un himno permanente a todos los derechos, eterna protesta a todas las iniquidades. Fue mentor augusto, patriota insigne. Fue principio y resumen. Alfa y Omega. Sacerdote y apóstol. Mecenas y Catón. Sufrió, amó, creó. Conoció lo pasado, vislumbró lo porvenir. Fue artista, gladiador, vidente. Se echó un mundo a la espalda y con él se le vio, radioso y fatigado, camino de la inmortalidad.

El tren marchaba aceleradamente bajo una larga, gruesa y horizontal columna de humo que se proyectaba al costado de la vía en una sombra sinuosa y ancha que se deslizaba chata por el suelo plano; pasaba como escurriéndose por debajo de los alambrados; trepaba por sobre las parvas inmediatas, para descender luego como un torrente; cruzaba flotante los arroyos; espantaba a los teros que parecían huir alerteando un peligro; subía por las paredes de las casas en los pueblos a que el tren llegaba y al detenerse éste en las estaciones, parecía recogerse sobre misma para erguirse en línea recta, como el brazo de un gladiador alzado en alto después del triunfo.

Mirándolos, mi imaginación no podía menos de personalizarlos, y aun ahora me parece que los veo acercarse, desafiarse, orzar con ímpetu para descargar su andanada, lanzarse al abordaje con ademán provocativo, retroceder con ardiente coraje para tomar más fuerza, mofarse del enemigo, increparle; me parece que les veo expresar el dolor de la herida, o exhalar noblemente el gemido de la muerte, como el gladiador que no olvida el decoro de la agonía; me parece oír el rumor de las tripulaciones, como la voz que sale de un pecho irritado, a veces alarido de entusiasmo, a veces sordo mugido de desesperación, precursor de exterminio; ahora himno de júbilo que indica la victoria; después algazara rabiosa que se pierde en el espacio, haciendo lugar a un terrible silencio que anuncia la vergüenza de la derrota.

No darle ese gusto supremo a la envidia, que ha visto tu carrera lucida con ojos torvos, de mostrarte amilanado, porque estás vencido. Ya que se cae, caer con arte, como el gladiador antiguo... Ese ha pasado, echándome una mirada, en la que he leído curiosidad y placer a un tiempo; seguro que va diciendo: ¡He visto a Esteven, pero me ha parecido tan fresco!

¡Qué no tienes cabellos!... ¿Y esto qué es? replicaba levantando su pelo, y poniéndolo erizado como una escoba. Hablo de mis fuerzas. ¿No tienes fuerzas, eh? A ver: saque usted esos brazos. El, riendo, se despojaba de la americana, y remangándose la camisa mostraba sus brazos enormes de gladiador, donde la musculatura tomaba brioso relieve como un espeso tejido de cuerdas.

Así que se vio sano comenzó de nuevo a bravear y hacer piernas esforzándose en levantar pesos enormes y enseñando de nuevo los músculos del brazo. Pero no bastaba esto a sus ánimos y a su presunción de varón atlético y gladiador: quería demostrar alguna vez que estas fuerzas que el cielo le había concedido podían utilizarse y dejar bien sentada en el colegio su fama de valiente y esforzado.

Nadie en Madrid pidió cuentas a Currita de la sangre de Velarde, derramada a la vista de todos por culpa suya, y ahora le arrojaban al rostro la de Sabadell, de la cual se hallaba inocente y hubiera ella rescatado con gusto a costa de cualquier sacrificio... Porque el dolor de la dama fue en realidad grande, aunque no expansivo ni alborotado; uno de esos dolores, por decirlo así, secos, propios de las almas enérgicas, que se repliegan sobre mismos en el fondo del corazón como para no perder su energía, a la manera que el gladiador herido encuentra fuerzas en su misma agonía para encoger el cuerpo y doblar los músculos, e intentar un último y más formidable avance... Aquella débil mujercilla encerraba en su endeble cuerpo una de esas almas enérgicas que se crecen a la vista del peligro y lo desafían, y no necesitan en el dolor apoyo ni cómplices en el crimen; bastábase ella misma a misma, y sacudiendo los terrores que la habían invadido la víspera, con el vigoroso empuje del toro que arroja lejos de los rejones que le lastiman y embarazan, aprestóse a la defensa, decidida a arrostrar a pie quieto y con firmeza todas las consecuencias de aquella horrible noche.