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Por fin, la infecta masa llega al río, desembocando en él pesadamente. Negra ó violácea, se prolonga á lo largo de la orilla, sin mezclarse con el agua relativamente pura de la corriente, y determinando una línea sinuosa francamente trazada.

Cuando todos desaparecieron, Ra-Ra volvió á examinar la parte alta y sinuosa del palacio universitario, donde estaban las habitaciones de los doctores jóvenes. Los más de ellos se habían ido á la peregrinación patriótica, y así se explicaba que las terrazas y las galerías permaneciesen silenciosas, sin el ordinario rumor de peleas dialécticas.

Echada de boca junto a él, con los ojos entoldados por el ancho fleco de medallas, el mentón en la mano, las uñas sobre el labio, sinuosa y desnuda, balbuceaba las palabras de la paloma de oro con cola de perlas, y al llegar a la descripción de las delicias celestiales envolvíale en sus brazos, frescos como las fuentes del Salsabil y Alcafur, juntando frenética su rostro con el suyo.

En vez de dejarse mecer dulcemente por el curso tranquilo de una corriente sinuosa, es preciso disciplinar el salvaje torrente, refrenar ese monstruo furioso deteniéndolo unas veces y activando su corriente otras. El peligro les amenaza á cada instante, y si muchas veces salvan su vida, no es más que por la fuerza, la agilidad y un continuo heroísmo.

En medio de esos caprichosos y formidables peñascos, al viajero se le antoja aquello un mundo extraño, en nada semejante al planeta que conocemos, á la superficie lisa ó regularmente sinuosa. Alzanse aquí y allá rocas semejantes á fantásticos monumentos, que figuran torres, obeliscos, pórticos almenados, fustes de columnas, tumbas erigidas ó derribadas.

El tren marchaba aceleradamente bajo una larga, gruesa y horizontal columna de humo que se proyectaba al costado de la vía en una sombra sinuosa y ancha que se deslizaba chata por el suelo plano; pasaba como escurriéndose por debajo de los alambrados; trepaba por sobre las parvas inmediatas, para descender luego como un torrente; cruzaba flotante los arroyos; espantaba a los teros que parecían huir alerteando un peligro; subía por las paredes de las casas en los pueblos a que el tren llegaba y al detenerse éste en las estaciones, parecía recogerse sobre misma para erguirse en línea recta, como el brazo de un gladiador alzado en alto después del triunfo.

Y sin saber cómo, sin querer se le apareció el Teatro Real de Madrid y vio a don Álvaro Mesía, el presidente del Casino, ni más ni menos, envuelto en una capa de embozos grana, cantando bajo los balcones de Rosina: Ecco ridente il ciel... La respiración de la Regenta era fuerte, frecuente; su nariz palpitaba ensanchándose, sus ojos tenían fulgores de fiebre y estaban clavados en la pared, mirando la sombra sinuosa de su cuerpo ceñido por la manta de colores.

El valle en que serpenteaba el río que iba ensanchándose, por ambos lados estaba cerrado por una cadena de colinas, las unas cubiertas de matorrales y secas aliagas, las otras de verdeantes sotos. De tiempo en tiempo, una quebrada transversal abría entre dos cuestas una perspectiva sinuosa, en cuyo fondo se dibujaba la cima azul de una lejana montaña.

Los ojos orgullosos, coronados de espesas cejas, estaban como incrustados en una frente estrecha y altanera. La boca era fina, sinuosa y como contraída con desagrado. La barbilla puntiaguda indicaba á su pesar tendencias autoritarias llevadas hasta la tiranía.

Yo también, como el pescador de la leyenda, veo la maravillosa sirena hacerme señas con el dedo, me siento atraído por su mirada que fascina y oigo resonar el eco de su canto pérfido y melodioso, «¡Ah! ven, ven conmigo y seremos felices.» A veces me siento envidioso del joven que cede al llamamiento de la sinuosa ondina, cuya flotante cabellera va á mezclarse con las del verde limo.