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Digamos el día, el solo, el único día, el día incomparable, casi tan raro como la flor que brota cada cien años, cuyo perfume no se respira dos veces; el día en que el cielo parece azul, aunque se esté en otoño, y en que la naturaleza parece una fiesta aunque los bosques estén de luto; el día en que, cualquiera que sea la decoración, rico salón, modesta boardilla, alegre primavera, triste invierno, la comedia, siempre la misma, es siempre nueva desde hace cinco mil años, puesto que es el amor el director de escena; el día siempre corto que pasa como una hora y las horas como minutos; el día en que dos corazones, fundidos en uno solo no dejan escapar más que una palabra de pesar, la última: ¡Ya!...

Cerraron tras la puerta de la boardilla; pero esta puerta, vieja y desvencijada, tenía tales rendijas, que le permitieron a Miguel enterarse de lo que dentro ocurría: el cura encendió un quinqué, que había sobre la mesa de la plancha, y acto continuo se despojó de la sotana, y quedó en mangas de camisa hecho un gladiador; y para que todavía la semejanza fuese más perfecta, remangóselas, y lo mismo los pantalones.

Algunas veces se me había ocurrido el pensamiento de que mi hermana podría hallarse destinada por nuestras desgracias á entrar en alguna familia rica en calidad de preceptora: hice entonces juramento, sea cual fuere el porvenir que nos estuviera reservado, de dividir con Elena la más pobre boardilla, el pan más amargo del trabajo, antes que dejarla sentarse al festín envenenado de esa opulenta y odiosa servidumbre.

Miguel, interesado y afanoso por saber el resultado de aquella aventura, no perdió de vista al cura un instante: viole sentarse a la mesa y no probar apenas bocado. Marroquín comió como si tal cosa. Concluida la cena, el cura subió a su cuarto y se estuvo allí un ratito: después salió cautelosamente y subió a la boardilla.