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Mientras esto decía con los labios, sus ojos pregonaban otra cosa. Aquellas pupilas negras llenas de fuego e inteligencia se clavaban en él con expresión unas veces lánguida, otras maliciosa, concluyendo por fascinarle. Al mismo tiempo sus manos breves, delicadas, de aristócrata aprovechaban cualquier coyuntura para rozar las suyas; al despedirse le apretaban con tenacidad nerviosa.

Las plumas de mar yacían flácidas y obscuras, como animales muertos, hasta que absorbiendo el agua, se levantaban transparentes y llenas de hojas. Así iban de un lado á otro, con una ligereza de pluma, ó se clavaban en la arena, emitiendo un brillo fosfórico. Las petimetras del mar, las elegantes medusas, extendían el ruedo flotante de su hermosura frágil.

¿Se amarían bastante en el futuro para que sus recíprocas ternuras viniesen a compensar todo lo que faltarles pudiera en presente y porvenir? Horas había en que así lo pensaba en la amante efusión de su alma, otras corrían en que la idea de sus gustos contrariados, de su porvenir sin esperanzas, de su mujer en la estrechez, lo clavaban desalentado en el umbral de sus resoluciones...

Luego, volviéndose a , añadió: Ha sido mucha bondad en usted, Gilberto, venir expresamente a despedirse y alargó su delgada mano fría, buscó la mía y la estrechó fuertemente, mientras sus ojos se clavaban en con esa extraña mirada fija que sólo aparece en los ojos de un hombre cuando se encuentra al borde de la tumba. Es el deber de un amigo, Burton respondí con profunda solemnidad.

Otros ponían de punta en medio de un bosque tres piedras grandes, y una chata encima, como techo, con una cerca de piedras, pero estos dólmenes no eran para vivir, sino para enterrar sus muertos, o para ir a oír a los viejos y los sabios cuando cambiaba la estación, o había guerra, o tenían que elegir rey: y para recordar cada cosa de éstas clavaban en el suelo una piedra grande, como una columna, que llamaban «menhir» en Europa, y que los indios mayas llamaban «katún»; porque los mayas de Yucatán no sabían que del otro lado del mar viviera el pueblo galo, en donde está Francia ahora, pero hacían lo mismo que los galos, y que los germanos, que vivían donde está ahora Alemania.

Sus manos crispadas arrancaban los corchetes de su traje, o comprimían sus sienes, o se clavaban en los almohadones del sofá, arañándolos con furor.... Aunque tan inexperto, Julián comprendió lo que ocurría: el espasmo inevitable, la explosión del terror reprimido, el pago del alarde de valentía de la pobre Nucha.... ¡Filomena, Filomena!

Manolito quedaba algunos momentos turbado, como si hallándose navegando por los mares del Polo viese de improviso llegar hacia él una enorme montaña de hielo, pero no tardaba en reponerse, exclamando para sus adentros: «¡Qué disimulada es esta chica!» Y aunque los balcones se cerrasen inmediatamente con chirrido desdeñoso y permaneciesen tapiados todo el día, Manolito no dejaba de pasear arriba y pasear abajo, atrincherado siempre en su convicción de que por los intersticios de las cortinas unos ojos extáticos y húmedos de amor le clavaban mil saetas apasionadas.

Quiero más sentarme aquí que á la diestra de Dios Padre. Soledad se encogió de hombros con desdén y murmuró: ¡Tardaba ya mucho! Estaba inquieta desde que Antoñico se había acercado á María-Manuela. Sus ojos se clavaban coléricos en ellos y querían pulverizarlos. Las palabras temblorosas de Velázquez le parecían un ruido molesto, la ponían aún más nerviosa.

De las cuatro esquinas arrancaron, como para juntarse en lo alto, los cuatro pies recios: con un andamio fueron sosteniendo las piezas más altas, que se caían por la mucha inclinación: sobre cuatro pilares de tablones habían levantado el primer estrado, que como una corona lleva alrededor los nombres de los grandes ingenieros franceses: allá en el aire, una mañana hermosa, encajaron los cuatro pies en el estrado, como una espada en una vaina, y se sostuvo sin parales la torre: de allí, como lanzas que apuntaban al cielo, salieron las vergas delicadas: de cada una colgaba una grúa: allá arriba subían, danzando por el aire, los pedazos nuevos: los obreros, agarrados a la verga con las piernas como el marinero al cordaje del barco, clavaban el ribete, como quien pone el pabellón de la patria en el asta enemiga: así, acostados de espalda, puestos de cara el vacío, sujetos a la verga que el viento sacudía como una rama, los obreros, con blusa y gorro de pieles, ajustaban en invierno, en el remolino del vendabal y de la nieve, las piezas de esquina, los cruceros, los sostenes, y se elevaba por sobre el universo, como si fuera a colgarse del cielo, aquella blonda calada: en su navecilla de cuerdas se balanceaban, con la brocha del rojo en las manos, los pintores. ¡El mundo entero va ahora como moviéndose en la mar, con todos los pueblos humanos a bordo, y del barco del mundo, la torre en el mástil!

Eran los cables vivientes de los sumergibles, que le habían cazado en el seno del mar. Salió á la superficie remolcado por estos lazos, que se clavaban en sus carnes, y para evitar su cruel mordedura hizo pie en la arena, procurando correr hacia la costa con una velocidad igual á la de los buques.