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Até mi mula, saqué del horno a las pobres criaturas, las coloqué a la sombra de una roca saliente y tomando el látigo por la sotera, me entré a la venta con la sana intención de pegar una tunda a aquella canalla a la menor observación... Pero en la humildad con que me contestaron, en los ojos llenos de asombro que clavaban en , me di cuenta bien pronto de que no sospechaban ni remotamente la causa de mi enojo, pareciéndoles lo más natural que los niños pasaran su vida entera bajo los rayos del sol.

Debido á inexplicable motivo, al sentir Arturo Dimmesdale que las miradas de la niña se clavaban en él, se llevó la mano al corazón con el gesto que le era tan habitual y que se había convertido en acción involuntaria. Al fin, tomando cierto aspecto singular de autoridad, Perla extendió la mano señalando con el dedo índice evidentemente el pecho de su madre.

Pablo se inclinó sobre ella, acercó sus labios al oído de la moribunda y gritó: ¡Nela, Nela, amiga querida! Entonces ella se agitó, abrió los ojos, movió las manos. Parecía que había vuelto desde muy lejos. Al ver que las miradas de Pablo se clavaban en ella con observadora curiosidad, hizo un movimiento de vergüenza y terror, y quiso ocultar su pobre rostro como se oculta un crimen.

Algunos obreros tendían de tronco á tronco guirnaldas de follaje y clavaban grupos de banderolas. Friterini, elevado á la categoría de maître d'hôtel, había sacado de su maleta un frac algo apolillado, recuerdo de los tiempos en que prestaba servicio como camarero auxiliar en hoteles de Europa y de Buenos Aires.

La voz de la dama vibraba de indignación al pronunciar estas palabras. Sus ojos se clavaban en el vacío con dureza, cual si quisieran ver levantarse delante de ella la figura de su padre para pulverizarlo. En aquel momento hablaba con sinceridad. Los ojos opacos de D.ª Carmen, a medida que hablaba, iban brillando con alegría.

Los grandes ojos azules, lascivos, de la generala, se clavaban con amorosa inquietud en su amante al proferir estas palabras. Miguel despertó de la indiferencia en que yacía. Todo eso eres, cielo mío... Todo eso y mucho más contestó, apretándole con efusión las manos. ¡Si fuese cierto!... Pero no... tu amor va siendo cada día más tibio... A medida que el mío se enciende, el tuyo se apaga...

Se había contaminado al curar las heridas de un moribundo perdido durante tres días en el fondo de un embudo de tierra abierto por el estallido de un proyectil enorme. Su agonía duró cuarenta y ocho horas, ennegreciéndose lentamente con la expansión de la sangre envenenada, aullando entre nerviosos estertores, doblándose como un arco sobre la cabeza y los pies, que se clavaban en el lecho.

Sus contundentes razones abrumaban a su padre como una lluvia de acicalados chuzos, cuyas puntas se le clavaban en el corazón. Mirando todo por el lado poético, se explicaba satisfactoriamente: Juanita era el recato, la virtud, el talento y la modestia en persona.

Entonces los hombres vivían en las cuevas de la montaña, donde las fieras no podían subir, o se abrían un agujero en la tierra, y le tapaban la entrada con una puerta de ramas de árbol; o hacían con ramas un techo donde la roca estaba como abierta en dos; o clavaban en el suelo tres palos en pico, y los forraban con las pieles de los animales que cazaban: grandes eran entonces los animales, grandes como montes.

Eh, chica.... ¿en qué estarás pensando? ¡Qué románticas son estas niñas criadas en provincia! Los ojos agudos y perspicaces de Pilar se clavaban, al decir esto, en la fisonomía de Lucía, descubriendo en ella una sombra leve, una especie de veladura parda desde la frente y las sienes a las ojeras, y cierto hundimiento en las comisuras de la boca.