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; ¿a quién tengo que anunciar? A Hanckel, al barón Hanckel de Ilgenstein. Tómese la molestia de entrar. Entré, pues... Todo viejo, en todas partes; viejos muebles, viejos cuadros... el conjunto un poco apolillado, pero cómodo. Oigo que echan votos detrás de la puerta: ¿Ese maricón? ¡Pues es descaro!... ¡Era el alma maldita de Pütz, el muy canalla! «Lindo recibimiento», pensé.

Y no la vió más. Nuevas preocupaciones torcieron el curso de sus pensamientos. Un día encontró en la calle á un ruso que parecía viejo y enfermo: Sergueff, su antiguo maestro. Debía tener unos cuarenta años y parecía un setentón, con la barba de un blanco sucio, el pelo triste, como apolillado, y un rostro de profundas arrugas, sin más vida que la de los agujeros verdes de sus ojos.

La única nota molesta y detonante es aquella casa nueva y afrancesada. Te has mostrado al desnudo. Los pintores y los filólogos y eruditos sois bestias de la misma especie, y me irritáis tanto los unos como los otros. Unos y otros os alimentáis de vejeces. Os fascina lo caduco, lo carcomido, lo apolillado.

Los barrotes estaban sujetos por un marco de madera, y el marco en un extremo se hallaba apolillado. Martín supuso que no sería difícil romper la madera y quitar el barrote de un lado. Cortó una tira de la manta y pasándola por el barrote de en medio y atándole después por los extremos formó una abrazadera y metió dos patas del banco en este anillo y las otras dos las sujetó en el suelo.

Ventanas abiertas junto a la cornisa ayudaban a los ventanales de abajo a iluminar este salón inmenso y austero. Muebles, pocos y conventuales: amplios sillones de brazos, con asientos y respaldares de vaqueta adornados de clavos; mesas de roble de retorcidas patas; cofres obscuros, con oxidados herrajes sobre fondos de paño verde apolillado.

Algunos obreros tendían de tronco á tronco guirnaldas de follaje y clavaban grupos de banderolas. Friterini, elevado á la categoría de maître d'hôtel, había sacado de su maleta un frac algo apolillado, recuerdo de los tiempos en que prestaba servicio como camarero auxiliar en hoteles de Europa y de Buenos Aires.

En medio de la sala, una mesita de juego cubierta con un tapete verde apolillado, y sobre ella dos candelabros de latón. Apoyado el codo sobre esta mesa, hay un hombre sentado y con un libro en la mano. Sus miembros robustos indican que aún conserva el vigor de la juventud. Sus ojos son azules y su frente ancha. Cuando se ríe descubre una brillante y blanca dentadura.