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Acostados blanda y cómodamente sobre la hierba de nuestros prados, cerca del agua que se escapa á borbotones, es muy fácil abandonarnos á la voluptuosidad de vivir, contentándonos sólo con los encantadores horizontes de nuestro clima; pero dejemos nuestro espíritu vagar bastante más allá de los límites donde alcanza nuestra mirada.

Cada vez que se acercaba a las camitas donde estaban acostados y se fijaba en ellos, aquella observación se confirmaba con más fuerza. Los niños se parecían muchísimo: ambos eran muy blancos, de pelo y ojos negros, chatillos, gorditos, casi de igual volumen.

Luego de beber el filtro de amor, el encantamiento de ellos no duraba años, no duraba una existencia entera: su poder iba más allá de la muerte... Y cuando después del trágico fin quedaban acostados para siempre, cada uno en su tumba de piedra, a la sombra de un monasterio, un zarzal nacido de los restos de Tristán crecía en una sola noche, cubriéndose de flores y de pájaros, y abarcaba las dos sepulturas con abrazo tenaz.

Se veía a los marineros acostados entre los platos y los restos del festín de la noche, y todo en el desorden más completo; las brújulas derribadas, las jarcias y las cuerdas confusamente mezcladas, armas y vasos hechos añicos, toneles desfondados dejando correr sobre el puente ríos de vino y de aguardiente... Aquí, bravos camaradas dormidos, en las posiciones más extravagantes, y oprimiendo aún una botella de la que no quedaba más que el cuello, parecidos a esos fieros guerreros musulmanes, que, ya muertos, aun conservaban el puño de la daga.

Al otro lado del tabique, se apoyaba el lecho en donde Angustias reposaba. Acostados ya, don Guillén me dijo desde su diván: Lo más inmediato y urgente ya lo tengo decidido. Dentro de pocas horas, en el primer tren, saldrá Angustias camino de Castrofuerte, con una carta para don Abel Parras, un canónigo viejo, gordo, pacífico y bonachón, que es mi mejor amigo.

Creí que el conde se iba a detener allí; pero franqueó la fila de los curiosos, y sólo hizo alto a veinte o treinta varas de las fieras, que no lo parecían, a juzgar por su actitud tranquila; unos, acostados sobre los brazos, rumiando, con sosiego; otros, fijos sobre las cuatro patas, inmóviles, abstraídos quizá en alguna meditación sangrienta.

Los esqueletos á que corresponden estos restos, han sido hallados en muy distintas condiciones de yacimiento y posicion; á unos se les ha encontrado aislados, acostados, encojidos, sin piedra alguna que indicara el sitio en que fueron depositados los cuerpos á que pertenecían, y sin que los acompañara ningun resto de industria; otros estaban acostados, encojidos, separados por pequeñas murallas, inmediatos á centros de poblacion antígua, y otros, enterrados en verdaderas sepulturas, «enmurallados», cubiertas éstas por grandes piedras; algunos de estos cuerpos estaban sin cabeza, colocadas éstas fuera de las sepulturas, las que no presentan signos de haber sido abiertas posteriormente al depósito del cadáver.

El médico consideraba que aquellos ocho hombres que dormían en común eran amigos, eran compatriotas, ligados por el nacimiento y las aventuras de su peregrinación anual: y su pensamiento iba hacia otras casas de peones, tan míseras como aquella, donde los hombres acostados en la misma cama no se habían visto nunca; donde el infeliz muchacho, recién llegado de su tierra, dormía en contacto con un individuo, con otro que también acababa de llegar á la mina, tal vez recién salido del presidio ó fugitivo por algún crimen.

Recordaba el intento de un millonario amigo suyo, miembro del instituto, que había hecho levantar en la Costa Azul una casa romana, exactamente romana. Los invitados á la inauguración tuvieron que dormir en camas de correas, comieron acostados, y para sus excedencias digestivas sólo encontraron un agujero en el suelo, lo mismo que los antiguos Césares.

Sus aguas, revueltas, amarillentas, gracias a los reflejos del crepúsculo, semejaban un espejo tembloroso donde brillaban mil tintas de ópalo y plata carmín. A lo largo de él, acostados al muelle, había gran número de buques, cuyos mástiles y enredada jarcia parecían surgir del gran bosque de naranjos que se extiende por la margen izquierda.