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Actualizado: 14 de junio de 2025
Unos eran acostados sobre los yunques para recibir el castigo de los martillos; otros lanzaban un grito viviente, animal, al ser hundidos de pronto en el agua de las tinajas; a éstos, ya listos, les bañaban de sebo, como al hombre que le engrasan después de la tortura, o les llevaban al vecino taller para sufrir las incrustaciones de la ataujía.
Y cuando al fin se cerraba la puerta tras él, privando a los vecinos de un motivo de regocijo, el señó Juan, en plena borrachera sentimental, se empeñaba en ver a los pequeños, que ya estaban acostados, los besaba, mojándolos con gruesos lagrimones, y repetía sus trovas en honor de la señora Angustias ¡olé! ¡la primera hembra del mundo! , acabando la buena mujer por desarrugar el ceño y reírse, mientras lo desnudaba y manejaba como si fuese un niño enfermo.
No obstante, cierta noche, hallándose acostados, habló D.ª Carolina con admiración del talento y la bondad de una amiga suya que, dando lecciones por las casas, mantenía a sus padres ancianos y a una caterva de hermanos. La pobre, no teniendo tiempo a almorzar, llevaba algún fiambre en un papel y se lo comía en el portal de cualquier casa. ¡Y a pesar de eso siempre contenta y siempre ingeniosa!
Se estrechan, se enlazan; el uno resbala y se cae; se oye el crujido de un hueso que se rompe, y las imprecaciones reemplazan a la risa. Otros están acostados ensangrentados, con el cráneo abierto, a los pies de alegres compañeros que cantan con voz de trueno una delirante canción báquica.
Era célebre Etruria por sus sabios, y por sus jarros de barro negro, con figuras de relieve, y por sus estatuas y sarcófagos de tierra cocida, y por sus pinturas en los muros, y sus trabajos en metal. Pero con la esclavitud se hicieron viciosos y ricos, como sus dueños los romanos. Vivían en palacios, y no en sus casas de antes; y su gusto mayor era comer horas enteras acostados.
Una mañana en que había llegado a la comisaría, y me disponía a salir con el tercio en que formaba, para ir a hacer mi monótono servicio de bocacalle, allí frente al almacén de doña Petrona, en la esquina de Luján 25 y Defensa donde puede decirse que no tenía más misión que proteger los intereses de los comerciantes ambulantes contra las travesuras de los estudiantes de medicina y de derecho que, avecindados en aquel barrio, lo constituían casi en una mitad oí que el oficial escribiente gritaba en medio del patio desmantelado, donde los ebrios recogidos en la noche anterior comenzaban a desperezarse, acostados en los rincones, teniendo por almohada las baldosas: ¡Agente Carrizo!..., ¡vaya al despacho del comisario!
Una vez, cierto ladrón conocido un santafecino, Ludueña que había sido soldado de línea, después desertor en la frontera y hasta capitanejo entre los indios, penetró en un almacén, luego de acostados los dueños y robó el dinero que encontró, llegando en su osadía hasta haber bebido y comido como si estuviera en su casa.
Santiago preguntó a un criado si la señora y los niños estaban ya acostados y habiéndole respondido afirmativamente, dijo a su hermano rebosando de alegría: ¿Tú no tocas el piano? Sí. Pues vamos a dar un susto a mi mujer y a mis hijos. Ven al salón. Y le condujo hasta sentarle delante del piano.
La situación es hermosa, no lo niego, y hasta me gusta mucho... Pero el marido... ¿Me gustará el marido?... 2 de noviembre. Día de duelo y de tristeza... La vida está hoy como suspendida, y todos olvidan los cuidados cotidianos para no pensar más que en sus queridos muertos, segados por la inexorable fatalidad y acostados en la tumba donde duermen su último sueño.
En el amplio corral había ocho toros, unos acostados sobre las patas, otros de pie y con la cabeza baja, husmeando el montón de hierba que tenían delante. El torero marchó a lo largo de estas galerías examinando a las reses. De vez en cuando salíase fuera de las vallas, asomando el cuerpo por las estrechas saeteras.
Palabra del Dia
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