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Ligeritas de ropa a pesar de la estación, revoloteaban alegremente por su cuarto, que ofrecía el desorden del despertar, en torno de las dos camitas de inmaculada blancura, que en sus arrugadas sábanas guardaban el calor de los cuerpos jóvenes y ese perfume de salud y de vida que exhalan las carnes sanas y virginales.
Es un buen muchacho. Y así poco más o menos, imaginábame yo una charla completa, sólo con haber visto esas dos camitas de viejo, colocadas una junto a otra. Durante este tiempo al extremo opuesto de la habitación desarrollábase un drama terrible delante del armario.
Lo que más me llamaba la atención eran dos camitas de las cuales no podía separar los ojos. Figurábame esos lechos, casi como dos cunas, a la hora del alba, cuando están aún ocultos por sus grandes cortinajes de cenefas. Dan las tres de la madrugada. A esa hora suelen despertarse todos los viejos. El pregunta: ¿Duermes, Mamette? No, querido. ¿Verdad que Mauricio es un buen muchacho? ¡Oh, sí!
Cada vez que se acercaba a las camitas donde estaban acostados y se fijaba en ellos, aquella observación se confirmaba con más fuerza. Los niños se parecían muchísimo: ambos eran muy blancos, de pelo y ojos negros, chatillos, gorditos, casi de igual volumen.
Palabra del Dia
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