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¡Pero si ha sido una broma, niña!... Perdóname, soy muy bruto. Pégame: dame una bofetada, que bien lo merezco. María de la Luz, con el rostro ligeramente arrebolado por el restregón de sus manos, sonreía vencida por la humildad con que el novio imploraba su perdón. Te perdono, pero márchate en seguía. ¡Mira que van a salir!... , ¡te perdono! ¡te perdono! No seas pelma. ¡Vete!

Tu madre no existirá: yo estaré no dónde, y los que te hicieron diputado te mirarán como un ladrón que robó y mató a su madre... Enfurécete, pégame si quieres; ya nos miran de las otras mesas... da un escándalo en el café; no por esto dejará de ser verdad lo que te digo... Mientras tanto Leonora se impacientaba en su cuarto del hotel. Habían transcurrido tres horas.

Pero ella ¡la maldita! tenía la tenacidad glacial, la audacia insolente de las malas hembras que nacen para ser asesinadas. Le miraba insultante, con la boca apretada y un gesto de desafío. , pégame; eso es muy español. Mátame, como matan en tu tierra á las mujeres, cuando no quieren amar. Anda, don José; ya estamos en el final de Carmen. ¿Dónde guardas la navaja?...

Más abajito... más arribita... ahí... fuerte... ¡Ay, niña de mi vida, eres la gloria eterna!... ¡Qué dicha la mía en poseerte!... «Cuando estás malo es cuando me dices esas cosas... Ya me las pagarás todas juntas». , soy un pillo... Pégame. Toma, toma. Cómeme... , que te como, y te arranco un bocado... ¡Ay! ¡ay!, no tanto, caramba. ¡Si alguien nos viera!...

Mira: me parece que es un monte la barba de papá: y el pastel de la mesa me da vueltas, vueltas alrededor, y se están riendo de las banderitas: y me parece que están bailando en el aire las flores de zanahoria: estoy muerta de sueño: ¡adiós, mi madre!: mañana me levanto muy tempranito: , papá, me despiertas antes de salir: yo te quiero ver siempre antes de que te vayas a trabajar: ¡oh, las zanahorias! ¡estoy muerta de sueño! ¡Ay, mamá, no me mates el ramo! ¡mira, ya me mataste mi flor!» «¿Conque se enoja mi hija porque le doy un abrazo?» «¡Pégame, mi mamá! ¡papá, pégame ! es que tengo mucho sueño.» Y Piedad salió de la sala de los libros, con la criada que le llevaba la muñeca de seda. «¡Qué de prisa va la niña, que se va a caer! ¿Quién espera a la niña?» «¡Quién sabe quien me espera!» Y no habló con la criada: no le dijo que le contase el cuento de la niña jorobadita que se volvió una flor: un juguete no más le pidió, y lo puso a los pies de la cama y le acarició a la criada la mano, y se quedó dormida.

Ella se dejó lavar la herida con un abandono de criatura enferma, fijando en su agresor unos ojos implorantes, que se abrían enteros por primera vez. Cuando la sangre cesó de surgir, formándose en la sien una mancha roja de coágulo, Ferragut intentó levantarla. No, déjame así murmuró ella . Prefiero estar á tus pies. Soy tu esclava... tu cosa. Pégame más, si eso calma tu cólera.

Se alzó de la silla y, acercando su rostro al de la joven, le dijo con frase lenta y amenazadora: ¿Sabes, chiquilla, que ya me voy atufando, y que si llegas á sacarme de mis casillas habrá que sentir? Lo sentiré por última vez, te lo juro. Pégame, mátame... aprovéchate ahora, porque en cuanto ponga el pie en la calle se concluyó todo. El guapo la miró fijamente y en silencio.

Trátame como quieras; pégame... te querré como esas mujeres que admiten los golpes como prueba de cariño. Lo que te digo es que eres mío y no te suelto. Olvidemos lo pasado y aún podemos ser felices. Luis, Luis mío, ¿qué mujer puede quererte como la tuya?

Rosita, ve por lo otro. Rosita, sube sobre este banco y alcánzame aquellos zapatos. Rosita, átame esta cinta. Rosita, pégame el botón de la camisa.» Y cuando iba y cuando venía y cuando subía y cuando bajaba, las manos amarillentas y velludas de D. Jaime la pellizcaban, la sobaban, la mimaban y la estrujaban.

Luego rió, apoyándose con fuerza en su brazo, tendiendo el rostro hacia él. ¡Tienes celos!... ¡Mi tiburón tiene celos! Sigue hablando. No sabes lo que me gusta oírte. ¡Quéjate!... ¡pégame!... Es la primera vez que veo á un hombre con celos. ¡Ah, los meridionales!... Por algo os adoran las mujeres. Y decía verdad.