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Córdoba, la ciudad de Abdherranmán; la Meca de Occidente, la que fué maestra del género humano, la vieja andaluza, que aún se engalana con algunos restos de su antigua grandeza; todavía hermosa, a pesar de los siglos guerreros que han pasado por ella; ya sin Zahara, sin academias, sin pensiles, sin aquellas doscientas mil casas de que hablan los cronistas árabes; sin califa, sin sabios, pero orgullosa aún de su mezquita-catedral, la de las ochocientas columnas; triste y religiosa, habiendo substituído el bullicio de sus bazares con el culto de sus sesenta iglesias y sus cuarenta conventos; siempre poética y no menos rica en la decadencia cristiana que en el apogeo musulmán; ciudad que hasta en los más pequeños accidentes lleva el sello de los siglos; tortuosa, arrugada, defendiéndose de la luz como si quisiera ocultar su vejez; escondida en sus interiores, donde guarda innumerables maravillas, y siempre asustada al paso del transeúnte; protectora de los enamorados, para quienes ha hecho sus mil rejas y ha obscurecido sus calles; devota y coqueta a la vez, porque cubre con sus joyas las imágenes sagradas, y se engalana y perfuma aún con los jazmines de sus patios... Tal era la ciudad que había estado entregada por tres días a la brutal codicia de los soldados de Dupont.

La vida le es placentera, al ignorar que le espera, en su camino escabroso, con el semblante lloroso, la triste vejez austera. Diminuta y nevada, en los pensiles de mi patria amada, entre mil raras flores peregrinas, brota la sampaguita perfumada, cuyo tímido broche, joya digna de ser de las ondinas, ábrese al tierno aliento de la noche.

Pero no le pasó por pensamiento A Delio que el exercito conduce, Satisfacer al misero hambriento. Primero á un jardin rico nos reduce, Donde el poder de la naturaleza, Y el de la industria mas campea y luce. Tuvieron los Hesperidas belleza Menor, no le igualaron los Pensiles En sitio, en hermosura y en grandeza.

Admiró a don Cleofás el sitio de su dilatada población, y de la que hacen tantos diversos bajeles en el Guadalquivir, valla de cristal de Sevilla y de Triana , distinguiéndose de más cerca la hermosura de sus edificios, que parece que han muerto vírgines y mártires, porque todos están con palmas en las manos, que son las que se descuellan de sus peregrinos pensiles, entre tantos cidros, naranjos, limones, laureles y cipreses; llegando en breve espacio a Torreblanca, una legua larga desta insigne ciudad, desde donde comienza su Calzada y los caños de Carmona, hermosísima puente de arcos, por donde entra el río Guadaira en Sevilla, cuya hidrópica sed se le bebe todo, sin dejar apenas una gota para tributar al mar, que es solamente el río en todo el mundo que está previligiado deste pecho ; haciendo mayor la belleza desta entrada infinitas granjas, por una parte y por otra, que en cada una se cifra un jardín terrenal, granizando azahares, mosquetas y jazmines reales.

Allí podemos admirarla cuando cruza en carretela bajo las célebres alamedas del Salón y de la Bomba, entre perpetuos verjeles; ó cuando echa pie á tierra y luce su garbo y su elegancia por la alegre Carrera de Genil, frente á la cual sonríen embelesadas las eternas nieves de la vecina Sierra, que parece toca uno con la mano; ó bien la encontramos asomada, como una flor más, á un balcón natural de rosas y alelíes, en aquellos cármenes escalonados por las laderas de todas las colinas, desde cuyas alturas corren, triscan y saltan mil arroyos bullidores, como otros tantos duendes que minan los cerros, las calles y las casas de la ciudad, creando pensiles en todas partes.

Le advierto á usted dije con timidez que yo no he puesto jardín, sino calle. No importa respondió; yo quito la calle y pongo pensiles. Continúo: la supondría siempre muy triste, y de vez en cuando una lágrima asomaba á sus ojos azules, semejando errante gota de rocío que se detiene á descansar en el cáliz de un jacinto.

Los mozos aturden las calles del arrabal con sus voceríos salvajes, y son todos dados al adufe, a la gaita, a las sonajas, a los entretenimientos lúbricos de la danza y a los paseos de fuentes y pensiles que corrompen y reblandecen el ánimo.

Esta tarde hemos cumplido un deber triste: hemos acompañado hasta la santa tierra al que en vida fue nuestro amigo don Víctor. Una rambla abre su ancho cauce entre el camposanto y el pueblo. La verdura se extiende en lo hondo bordeando el cauce, repta por el empinado tajo, se junta a la otra verdura de los huertos que respaldan las casas y aparecen colgados como pensiles.

»Sea el atrio vasto, espacioso, desahogado: con abundantes y puras aguas para tas abluciones: tal que despues de edificado no haya lengua que ensalce el atrio de Santa Sofía. Descanse todo él sobre una anchurosa cisterna de bóveda subterránea, de modo que el peregrino de tierras de Asur, al refrescarse á la sombra de sus naranjos se crea transportado á los pensiles de Babilonia.

De dicha Huerta trepan, como hemos apuntado, hasta penetrar por los arcos dentro de aquel salón, rosales parietarios y escaladoras enredaderas con sus elegantes campanillas, que todavía no se habían cerrado aquella mañana: además, los dos grandes balcones determinados por ambos arcos tienen el antepecho en la parte ó cara interna del recio muro, dejando destinado todo el ancho de éste á dos extensos arriates ó pensiles que cultivaba Carlos V, y que hoy se cultivan también cuidadosamente.