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Todo lo que pudiesen hacer Serafina y otras del lugar era una chapucería cursi si se comparaba con las confecciones de nuestra heroína, que estaba al corriente de las últimas modas de París, que recibía los figurines y que, ajustándose a ellos, sin encadenar servilmente su fantasía a una imitación minuciosa, ideaba, trazaba, cortaba y hacía trajes para las mujeres, dignos de figurar en los salones de la corte y de ser descritos por Montecristo o por Asmodeo, y para los niños y niñas no inferiores por su gracia y por su chic a aquellos con que la prole de un milord opulento o de un banquero inglés se engalana.

Toda mi vida me arrepentiré de haberla tratado tan duramente como lo hice el otro día. Es una hada, mi querido cura, una hada rica de encantos, de poder y de poesía, que al tocar con su varilla mágica las cosas más insignificantes y feas las engalana con su propia belleza. «¡Qué voluble es el animalito humano!

Para ella no hay más que dos estaciones: la que engalana los campos con los dones de Abril, y la pluviosa que renueva los no empalidecidos verdores de las selvas y de las llanuras.

La Huerta con sus flores te engalana, y hay algo en tu belleza valenciana que encanta, y estremece, y enamora. Pareces de un sultán la favorita, y toda tu persona clama y grita que corre por tus venas sangre mora. Hijo de catalanes, nació en Valladolid , y muy niño le llevaron sus padres a Filipinas, donde ha morado alrededor de treinta años. Cursó el bachillerato en el Ateneo municipal de Manila.

El español, inhábil para el comercio, que esplotan á sus ojos, naves, hombres y caudales de otras naciones, negado para la industria, la maquinaria y las artes; destituido de luces para hacer andar la ciencias, ó mantenerlas siquiera, rechazado por la vida moderna para que no está preparado, el español se encierra en mismo y hace versos; monólogo sublime á veces, estéril siempre, que le hace sentirse ser inteligente y capaz si pudiera, de accion y de vida, por las transformaciones que hace esperimentar á la naturaleza que engalana en su gabinete, como lo haria el norte-americano con el hacha de los campos, aquel poeta práctico que hace una pastoral de un desierto inculto, é inventa pueblos y maravillas de la civilizacion, cuando del bosque asoma su cabeza á la márgen del rio aun no ocupado. ¡Yo os disculpo, poetas argentinos!

Mas no por eso cesará mi canto, que en el concierto inmenso, de la tibia mañana que la dulce y alegre primavera con aromas y flores engalana, del grillo entre las yerbas escondido el ingrato chirrido, se une al canto de amores regalado del pardo ruiseñor enamorado, y al zumbido monótono y constante del insecto infeliz, el tierno arrullo de la tórtola amante y del arroyo el plácido murmullo; y de unos en la de otros confundida la voz, ésta apacible, aquélla ingrata, forman, por atraccion desconocida, el himno poderoso de la vida que en los aires fermenta y se dilata.

Córdoba, la ciudad de Abdherranmán; la Meca de Occidente, la que fué maestra del género humano, la vieja andaluza, que aún se engalana con algunos restos de su antigua grandeza; todavía hermosa, a pesar de los siglos guerreros que han pasado por ella; ya sin Zahara, sin academias, sin pensiles, sin aquellas doscientas mil casas de que hablan los cronistas árabes; sin califa, sin sabios, pero orgullosa aún de su mezquita-catedral, la de las ochocientas columnas; triste y religiosa, habiendo substituído el bullicio de sus bazares con el culto de sus sesenta iglesias y sus cuarenta conventos; siempre poética y no menos rica en la decadencia cristiana que en el apogeo musulmán; ciudad que hasta en los más pequeños accidentes lleva el sello de los siglos; tortuosa, arrugada, defendiéndose de la luz como si quisiera ocultar su vejez; escondida en sus interiores, donde guarda innumerables maravillas, y siempre asustada al paso del transeúnte; protectora de los enamorados, para quienes ha hecho sus mil rejas y ha obscurecido sus calles; devota y coqueta a la vez, porque cubre con sus joyas las imágenes sagradas, y se engalana y perfuma aún con los jazmines de sus patios... Tal era la ciudad que había estado entregada por tres días a la brutal codicia de los soldados de Dupont.

Ya que el árbol que de hermosas flores la Primavera plácida engalana, no las conserva en el ardiente Estío; que el sol marchita y borra sus colores, dando al tiempo tributo, y, tras la flor lozana, germina y crece el sazonado fruto.

Y de aquí la multitud de preciosos romances moriscos y el tinte imaginariamente oriental que engalana tantas de nuestras obras poéticas, desde los mismos romances moriscos que incluye en sus Guerras Civiles el mencionado Ginés Pérez de Hita, hasta los admirables romances de Góngora y de D. Nicolás Moratín, hasta el arabismo cordobés del duque de Rivas en El moro expósito, y hasta los esplendores y ensueños orientales del valenciano Arolas y del instintivo y popularmente iluminado poeta Zorrilla en su leyenda de Alhamar y en otras composiciones y fragmentos.

sales del limbo ahora; te coge una modista que lo entiende, te emperejila y engalana a uso de mujer que es hija de un padre rico y bien relacionado en la tercera capital de España, y me dice a : «ahí está esa alhaja, preparadita para brillar entre las más resplandecientes.