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Manuel, en defensa de las comedias, impreso en el año de 1672: «¿Quién ha casado lo delicadísimo de la traza, dice, con lo verosímil de los sucesos? Es una tela tan delicada que se rompe al hacerla, porque el peligro de lo muy sutil es la inverosimilitud. Alargue la imaginación los ojos á todos sus argumentos, y los verá tan igualmente manifestados, que anden litigando los excesos.

Y no pude contenerme al oir esto; y deteniendo mi caballo, quitándome el sombrero, y no ocultando mi emoción que llegaba hasta las lágrimas, alargué una mano al buen cura, y le dije: Venga esa mano, señor, Vd. no es un fraile, sino un apóstol de Jesús.... Me ha ensanchado Vd. el corazón; me ha hecho Vd. llorar.... Señor, le diré a Vd. francamente y con mi rudeza militar y republicana, yo he detestado desde mi juventud a los frailes y a los clérigos; les he hecho la guerra; la estoy haciendo todavía en favor de la Reforma, porque he creído que eran una peste; pero si todos ellos fuesen como Vd., señor, ¿quién sería el insensato que se atreviese, no digo a esgrimir su espada contra ellos, pero ni aun a dejar de adorarlos? ¡Oh, señor! yo soy lo que el clero llama un hereje, un impío, un sansculote; pero yo aquí digo a Vd., en presencia de Dios, que respeto las verdaderas virtudes cristianas.... Así, venero la religión de Jesucristo, como Vd. la practica, es decir, como él la enseñó, y no como la practican en todas partes. ¡Bendita Navidad ésta que me reservaba la mayor dicha de mi vida, y es el haber encontrado a un discípulo del sublime Misionero, cuya venida al mundo se celebra hoy!

Tosí, sudé, empalidecí, di algunas vueltas al sombrero, estiré el cuello de la camisa, que no me apretaba, y, por último, le alargué la mano. ¿Cómo sigue usted? Tomola, mirándome con desconfianza, y contestó de mal talante al saludo.

Hasta... hasta donde siempre... sólo que, verás, me estuve en el banco en que me dejaste en la Glorieta, lee que te lee hecha una tonta, y me bajé después muy despacio hasta el Miradorio... Viéndome allí ya, como estaba la mañana tan hermosa, alargué el paseo hasta cerca del muelle; pero cuando más descuidada estaba, oigo el reló de la Colegiata, me pongo a contar, ¡Dios mío! y cuento las doce.

Todo es malo replicó Cortado . Pero pues nuestra suerte ha querido que entremos en esta cofradía, vuesa merced alargue el paso; que muero por verme con el señor Monipodio, de quien tantas virtudes se cuentan. Presto se les cumplirá su deseo dijo el mozo ; que ya desde aquí se descubre su casa.

En ese instante, hacia la derecha del mancebo, un desconocido, con galas de soldado, exclamó, reteniendo a un lacayo por el gregüesco: ¡Ea, seor Antoñico, no nos alargue la penitencia y arrímenos por piedad otro plato de bódigos y unos vidriecicos del San Martín, que fenecemos!

Así es, que habiéndose puesto de pie el señor Ginés de Sepúlveda para despedirse en el punto en que tuvo pendiente otra vez de su cuello aquella malhadada medalla, que si no la tuviera en su vida en aquellos aprietos de amor no se hallara, ni penitenciado ni castigado por el Santo Oficio se viera, díjole: No tan pronto, señor mío; sentaos otra vez, yo os lo ruego, que puesto que haya persona que mida el tiempo que en mi casa permaneciereis, aunque este tiempo se alargue, bien podrá creer que en la larga y severa reprensión que os mandaron me hicierais vos le empleasteis; y yo tengo que preguntaros algunas cosas, que para son de mucho momento, y no dejéis de decírmelas si las sabéis, aunque no sea más que por esa entrañable afición que decís tenerme.

El último a quien vi fue Izquierdo; le encontré un día subiendo la escalera de mi casa. Me amenazó; díjome que la Pitusa estaba cambrí de cinco meses... ¡Cambrí de cinco meses...! Alcé los hombros... Dos palabras él, dos palabras yo... alargué este brazo, y plaf... Izquierdo bajó de golpe un tramo entero... Otro estirón, y plaf... de un brinco el segundo tramo... y con la cabeza para abajo...

Comprendí que tenía delante una pobre existencia necesitada de amparo. Nunca mi hastío de la vida llegó hasta el punto de hacerme indiferente a las desgracias ajenas. Metí la mano en mi bolsillo y saqué una moneda. Era una onza. Yo había pensado darla un napoleón. Sin embargo, alargué la mano hacia la niña y la entregué la onza. La chica la tomó, probó su peso y se puso gravemente seria.

De Cartama iba a Coín, Breve jornada, aunque alargue Siempre la tierra el deseo Poniendo montes y mares; Iba, el más alegre moro Que vió Granada, a casarme Con mi señora Jarifa, Que ya en su vida me aguarde. Véome preso y herido, Y lo que siento es que pase De mi bien la coyuntura. Déjame agora matarme.