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No peca el autor de prolijo ni sigue la moda de ciertas novelas francesas, donde no hay objeto, por ruin e insignificante que sea, que no se pese, se mida y se describa minuciosamente como en el más que escrupuloso inventario redactado por peritos. El Sr. Nogales no es así, por dicha. Pinta a grandes rasgos, y se lo agradecemos.

No por Dios, señor mío, exclamó Margarita, poniéndose como la cera amarilla, que hartas desventuras he sufrido ya y el valor me falta, y si yo os perdiese, no podría resistir ni un punto, y ahogaríame la pena; que mirad que ese hombre es tal que no hay valiente ni diestro con quien se mida a quien no hiera o mate; y ved no hagáis que la despiadada punta que a vos os corte la vida a al corazón me llegue, y en la tumba me arroje desesperada.

Podemos decir que ha vuelto en ; no resta agora sino perseverancia que se mida con la que yo tendré. El locutorio dudo por hoy, pero no deje de venirse V. Md. a vísperas, que allí nos veremos, y luego por las vistas, y quizá podré yo hacer alguna pandilla a la abadesa. Y adiós», etc. Contentóme el papel, que realmente la monja tenía buen entendimiento y era hermosa.

Así es, que habiéndose puesto de pie el señor Ginés de Sepúlveda para despedirse en el punto en que tuvo pendiente otra vez de su cuello aquella malhadada medalla, que si no la tuviera en su vida en aquellos aprietos de amor no se hallara, ni penitenciado ni castigado por el Santo Oficio se viera, díjole: No tan pronto, señor mío; sentaos otra vez, yo os lo ruego, que puesto que haya persona que mida el tiempo que en mi casa permaneciereis, aunque este tiempo se alargue, bien podrá creer que en la larga y severa reprensión que os mandaron me hicierais vos le empleasteis; y yo tengo que preguntaros algunas cosas, que para son de mucho momento, y no dejéis de decírmelas si las sabéis, aunque no sea más que por esa entrañable afición que decís tenerme.

La duquesa y el duque salieron a la puerta de la sala a recebirle, y con ellos un grave eclesiástico, destos que gobiernan las casas de los príncipes; destos que, como no nacen príncipes, no aciertan a enseñar cómo lo han de ser los que lo son; destos que quieren que la grandeza de los grandes se mida con la estrecheza de sus ánimos; destos que, queriendo mostrar a los que ellos gobiernan a ser limitados, les hacen ser miserables; destos tales, digo que debía de ser el grave religioso que con los duques salió a recebir a don Quijote.

Al dejar para siempre las playas de la Grecia, yo le impongo por todo castigo, que coloque ese lauro militar sobre las sienes de la poesía, para que otra vez se mida un poco, antes de calificar de estéril á la que tantos hechos gloriosos, tantas acciones generosas, tantas ideas sublimes y tantos sentimientos nobles ha sabido producir.