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Grandes fauces ha menester... pero por falta de apetito no lo dejará indicó Gracián dignándose sonreír un poco. Cordero dio un suspiro y dijo: Veremos quien traga a quien.... Repito que las noticias que me han dado mi primo y Rufetillo... yo siempre le llamo Rufetillo... no son espeluznantes.

Voy á escribir á algunos caballeros conocidos, que andan necesitados; porque la corte traga mucho: voy á procuraros hasta carroza; en cuanto á lacayos y cochero, yo haré que vengan buenos; las libreas se comprarán hechas... y la espada, la espada es lo primero: yo tengo aquí una buena espada de corte, pero no vale ni la centésima parte que esa empuñadura y esas conteras; se montará al momento...

32 Y vituperaron entre los hijos de Israel la tierra que habían reconocido, diciendo: La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores; y todo el pueblo que vimos en medio de ella, son hombres de gran estatura. 1 Entonces toda la congregación alzaron grito, y dieron voces; y el pueblo lloró aquella noche.

Una sola vez, con la desesperada energía del enfermo que traga un medicamento repugnante, había seguido á uno de estos animales hermosos, para sentirse poco después arrepentido de su vileza y avergonzado de su fracaso. Eres ; , y ninguna más dijo sombríamente . , ó nadie. Alicia habló con el mismo tono grave. Sabía por experiencia lo que era esto.

Apartó los ojos con horror. Del cielo viene el rayo que nos abate, del mar viene la ola que nos traga, del campo la dentellada de la fiera o la puñalada del bandido. ¡Pero de allí...! ¡ah, de allí viene el daño que no puede explicarse, la agonía sin muerte, el dolor increíble! Permaneció algún tiempo perdido enteramente en una meditación profunda.

Es que, hijo mío, el arros es muy ladrón; toita la sustansia se traga. Pues avisa a la guardia civil, porque yo no tolero más robos de esta clase... Y diga usted, señor Cueto añadió cambiando de conversación, por temor sin duda de que Matildita cumpliese la amenaza, ¿piensa usted quedarse muchos días entre nosotros esta vez? No, señor. Me voy mañana.

Curioso es en extremo observar en baja mar las hiladas sobrepuestas donde se lee la historia del globo en gigantescos registros, do los siglos acumulados ofrecen completamente abierto el libro del tiempo. Cada año se traga una página. Es un mundo que se derrumba, que el mar muerde constantemente por debajo, y las lluvias, los hielos, atacan con más fuerza por arriba.

Era el tiburón, boca con aletas, intestino natatorio, que traga con indiferencia muertos y vivos, carnes y maderos, limpiando las aguas de vida, dejando la soledad detrás de su coleo. Este destructor sólo elaboraba en sus entrañas un tiburón único, que nacía armado y feroz, dispuesto desde el primer momento á continuar las hazañas paternas, como un heredero feudal.

Las lentas singladuras en días de poco viento, las largas calmas ecuatoriales, le permitieron penetrar un poco en los misterios de la inmensidad oceánica, amarga y obscura, que había sido para los pueblos antiguos la «noche del abismo», el «mar de las tinieblas», el dragón azul que diariamente se traga al sol. Ya no vió en el padre Océano el dios caprichoso y tiránico de los poetas.

Y de como esto oyó el del gabancillo y muleta, el manco y de entrambos ojos mal parado, aquél emparchado y éste manantial y bermejizo, así comenzó a perorar: ¡Oh, caballeros, gente honrada, acudan a socorrer a un león de España, que aquí y allá y por diversas regiones y apartados países ha dado bizarras muestras de su persona en muchos encuentros y batallas, asaltos y escaramuzas; el que siempre acompañó al rayo de la guerra, el glorioso imperante D. Carlos, y que se encontró en cuanta jornada de importancia ha tenido lugar de diez años para acá; al que se halló, tuvo parte y puso mano en aquella famosa de Pavía, rindiendo a más de cuatro que decían mon dieu, y al que miró no de lejos aprisionar al rey Francisco, y no quiso su mala estrella ponerle tan cerca que le cogiera alguno de aquellos diamantes tamaños como nueces que llevaba al cuello, cosa que al rey de los lamparones no le hubiera hecho mayor mal, y a estorbara estos pesados trabajos! ¡Señores, al soldado pobre que ha sido blanco en su cuerpo de sendas rociadas de arcabucería, botes de las lanzas y cintarazos de los infantes! ¡Al soldado, señores, al soldado que forzó sobre el campo de batalla a decir viva España, y en distintas y endiabladas lenguas, al francés, al tudesco, al esguízaro, al italiano, al turquesco y cuantos soldados hay en el universo mundo; al estropeado, mal parado y peor herido arcabucero Moyano del Cigarral! ¡Caballeros, gente honrada, acudan, alivien, ayuden y den socorro al más granado de la compañía del bravo Francisco de Carvajal, al arcabucero Moyano!... Pero, Mercado hijo, nadie mosquea; ¿es que vuelven atrás, o que se traga la tierra a los paseantes?