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La dueña hizo una cumplidísima reverencia, y se retiró, casi sin volver la espalda á la condesa, que, en el momento en que se vió sola, tomó una bujía de sobre una mesa, y abriendo una puerta de servicio, se encontró en un estrecho corredor, pasado el cual, entró en una ancha galería, medio alumbrada par algunos faroles y enteramente desierta, á excepción de un centinela tudesco, que se paseaba gravemente en la galería y que, al ver á la condesa, se detuvo y al pasar ella por delante de él, dió un golpe con el cuento de la alabarda en el suelo, á cuyo saludo contestó la joven con una ligera inclinación de cabeza.

Unos del esquadron priesa se daban, Porque no los hallase el dios del dia En los forzosos actos en que estaban. Y luego se asomó su señoria, Con una cara de tudesco roja, Por los balcones de la aurora fria. En parte gorda, en parte flaca y floja, Como quien teme el esperado trance, Donde verse vencido se le antoja.

Pero como nadie le conocía y sólo sabíamos de él que era bajo y rechoncho y manejaba la pica como un ariete, es de temer que la excomunión no le haya alcanzado, ó lo que es peor, que haya recaído sobre algún otro maldito tudesco de los muchos que dejan su tierra para dejar después el pellejo en Francia.

Yo me alegro que los austríacos busquen inútilmente la histórica animacion de Venecia: el silencio los rodea, viven solos, enteramente aislados, ni un solo paisano se reune jamas con el tudesco, viven con el arma al brazo; el silencio de la ciudad que en su desgracia llora, les reprende su cobarde usurpacion.

No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenidas. Pero lo que más campeó en el campo de aquel banquete fueron seis botas de vino, que cada uno sacó la suya de su alforja; hasta el buen Ricote, que se había transformado de morisco en alemán o en tudesco, sacó la suya, que en grandeza podía competir con las cinco.

Don Cleofás, que los vió palotear y echar espadañas de vino y herejías contra lo que había dicho su camarada, acostumbrado a sufrir poco y al refrán de «quien da luego, da dos veces», levantando el banco en que estaban sentados los dos, dió tras ellos, adelantándose el compañero con las muletas en la mano, manejándolas tan bien, que dió con el Francés en el tejado de otra venta que estaba tres leguas de allí, y en una necesaria de Ciudad Real con el Italiano , porque muriese hacia donde pecan, y con el Inglés, de cabeza en una caldera de agua hirviendo que tenían para pelar un puerco en casa de un labrador de Adamuz; y al Tudesco, que se había anticipado a caer de bruces a los pies de Cleofás, le volvió al puerto de Santa María, de donde había salido quince días antes, a dormir la zorra . El Ventero se quiso poner en medio, y dió con él en Peralvillo , entre aquellas cecinas de Gestas, como en su centro.

Como que me recuerdas al difunto padre Bernardo, que fué un tiempo capellán de la Guardia Blanca y que era un ángel con verrugas y cabellos canos. Por cierto que en la batalla de Brignais lo atravesó con su pica un soldado tudesco al servicio del rey de Francia, sacrilegio por el cual obtuvimos que el Papa de Avignón excomulgara al matador.

En ellos y en los lances y sucesos en que figuran, creo yo notar un afectado y exótico sentimentalismo que no se estila entre nosotros: que es menos andaluz que tudesco. En cambio, en la novela del Sr. Muñoz Pabón todo es andaluz de veras y sin nada híbrido: el fondo y la forma, las pasiones y el lenguaje que las expresa. Como el Sr.

Y sentándose los dos al paso que lo decían, fué todo uno, trayéndoles el Ventero la porción susodicha, con todas sus adherencias y incidencias , y comenzaron a comer en compañía de los estranjeros, que el uno era francés, el otro inglés, el otro italiano y el otro tudesco, que había ya pespuntado la comida más aprisa a brindis de vino blanco y clarete, y tenía a orza la testa , con señales de vómito y tiempo borrascoso, tan zorra de cuatro costados , que pudiera temelle el corral de gallinas del Ventero.

Y el Italiano: ¡Forfante, marrano español! Y el Inglés: ¡Nitesgut español ! Y el Tudesco estaba de suerte, que lo dió por recibido, dando permisión que hablasen los demás por él en aquellas cortes.