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Al mismo tiempo que decía esto el Cojuelo, el apuntador de la Compañía sacó de un alforja los de una comedia de Claramonte , que había acabado de copiar en Adamuz el tiempo que estuvieron allí, diciendo al Autor: Aquí será razón que se repartan estos papeles, entretanto que se adereza la comida y parece el Güésped.

Pero si á cogerle acierto Con mirar y con rogar... 740 Guárdese pues de llegar; Que, agraviada una mujer, Quiere hasta que ve querer, Por vengarse en olvidar. Patio de un mesón de Adamuz. UN INDIANO, y UN MOZO DE MULAS; después, UN MESONERO Pasaremos de Adamuz, 745 Si este recado nos dan. Por eso dice el refrán: «Adamuz, pueblo sin luzMas mira que desde aquí Comienza Sierra-Morena. 750

No sabemos positivamente que el cabildo aprobase aquel bárbaro desahogo popular, que sin duda alguna tenia el carácter de tal, puesto que siguieron el ejemplo de Córdoba Montoro, Adamuz, Bujalance, Rambla, Santaella y otros lugares del obispado, dando fuertes indicios de querer hacer otro tanto Palma y Baena; pero creemos que la impolítica contemplacion de los magnates con los conversos de mala , que pululaban por desgracia, tenia justamente exasperado al pueblo, y que en un siglo en que las creencias religiosas del estado llano eran tan poco ilustradas, estas repugnantes matanzas eran el resultado lógico de la pugna entre las ideas nacionales y las de la corte.

Temerosa voy, después Que he entrado por Adamuz, Por ser camino real, Á que nunca me atreví; Si bien desde que salí, 795 Ha sido el ánimo igual Al peligro que he tenido. ¡Ay, padre, y cuánto dolor Me da el verte sin favor, Si no es que el Duque lo ha sido! 800 Suelen faltar los amigos En la mejor ocasión; Mas ¡ay! que tus años son Los mayores enemigos.

En este tiempo, nuestros caminantes, tragando leguas de aire, como si fueran camaleones de alquiler, habían pasado a Adamuz, del gran Marqués del Carpio, Haro y nobilísimo decendiente de los señores antiguos de Vizcaya, y padre ilustrísimo del mayor Mecenas que los antiguos ingenios y modernos han tenido, y caballero que igualó con sus generosas partes su modestia.

Don Cleofás, que los vió palotear y echar espadañas de vino y herejías contra lo que había dicho su camarada, acostumbrado a sufrir poco y al refrán de «quien da luego, da dos veces», levantando el banco en que estaban sentados los dos, dió tras ellos, adelantándose el compañero con las muletas en la mano, manejándolas tan bien, que dió con el Francés en el tejado de otra venta que estaba tres leguas de allí, y en una necesaria de Ciudad Real con el Italiano , porque muriese hacia donde pecan, y con el Inglés, de cabeza en una caldera de agua hirviendo que tenían para pelar un puerco en casa de un labrador de Adamuz; y al Tudesco, que se había anticipado a caer de bruces a los pies de Cleofás, le volvió al puerto de Santa María, de donde había salido quince días antes, a dormir la zorra . El Ventero se quiso poner en medio, y dió con él en Peralvillo , entre aquellas cecinas de Gestas, como en su centro.