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Ya no volvería a perorar con el pie derecho en la tarima del brasero y el estoque bajo el sobaco. ¡Iba a morir! El cortejo penetró en la ciudad por la puerta del Mercado Grande, tomó la calle de San Jerónimo y luego la de Andrín. Caminaban por delante las cofradías de la Caridad y la Misericordia tañendo sus plañideras campanillas.

Sordos rumores, voces ahogadas, imprecaciones que presto hallaban eco, corrían por el concurso, que se iba animando, y comunicándose ardimiento y firmeza. En primera fila, al extremo del zaguán, estaba Amparo, pálida y con los ojos encendidos, la voz ya algo tomada de perorar, y, sin embargo, llena de energía, incitando y conteniendo a la vez la humana marea.

Después se acomodó en una butaca, se colocó en la posición de un hombre que se prepara no ya a perorar, sino a discurrir sobre ideas ligeras y cambiando de tono tan pronto y tan completamente como habría cambiado de actitudes y parpadeando un poco, con la sonrisa en los labios, prosiguió: Es posible que llegue a casarme.

En cambio, les divertía mucho ver en Palacio la parada o estarse en Santa Cruz oyendo a los charlatanes perorar desde el pescante de un simón vendiendo grasa de león para quitar manchas o diciendo que tenían polvos para matar los insetos solitarios del estómago, que es el intestino donde se mete la comida. ¿Y el caudal de conocimientos que adquirieron?

Sin duda se ha ido á perorar á algún club dijo cuando vió que nada faltaba y que lo era imposible reprender á Lázaro por otro motivo. ¡Hombre, hombre! dijo Entrambasaguas: ¿también charlas en los clubes? Eso es una iniquidad: mira que te condenas.

Era Simón de voz sonora, reposado en el hablar, de palabra rebuscada y frase difícil; pobre de imaginación, por ende, y no muy sutil de entendimiento; muy aficionado a perorar, y liberal de conveniencia, si es que tenía alguna opinión política.

Así, la juventud pobre que quiere avanzar y hacer carrera y se siente animada por las mas generosas inspiraciones, vegeta en realidad, reducida á rumiar ensayos literarios, perorar en los cafés, mantener justas especulativas en los círculos literarios y gastar su vigorosa naturaleza de un modo estéril.

Martín se divertía muchísimo con estos espectáculos. Tellagorri lo tenía como acompañante para todo, menos para ir a la taberna; allí no le quería a Martín. Al anochecer, solía decirle, cuando él iba a perorar al parlamento de casa de Arcale: Anda, vete a mi huerta y coge unas peras de allí, del rincón, y llévatelas a casa. Mañana me darás la llave.

Por el debido respeto, sin embargo, no se atrevió a dar la menor señal de impaciencia. El Padre Ambrosio se complacía en perorar y prosiguió de esta suerte: Ten calma y espera. La destilación del maravilloso filtro, que va a remozarte, se está verificando en ese pequeño alambique.

El ídolo político de mi tía, hombre formal, estudioso, lleno de buena fe, como el profeta de Münster, tenía una especie de virtud inconsciente e involuntaria para revolver las cabezas femeninas, y a pesar de toda su gravedad, de todo su juicio, contábase como cierto por los adversarios, que más de una vez, la crema de la high-life del tiempo, las señoras más encopetadas de Buenos Aires, le habían hecho manifestaciones públicas de simpatía en las ventanas de su casa, poniéndolo, en una edad que no era la de Apolo, en el caso de presidir la asamblea de las mujeres, perorar ante ellas y echarles las más metafóricas, las más eufónicas, las más pintadas frases de su cosecha oratoria.