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Y como la vecindad de mi enemigo hacía peligrosos aquellos sitios, ordené al cochero que me llevase de prisa a mi casa, donde me entretuve en escribir los sobres y enviar las tarjetas que me quedaban a las personas que conocía, y en leer por centésima vez los versos que por la noche había de presentar a la admiración de los sevillanos.

El combate terro-naval corrió por toda la corte, ponderado por el héroe mismo, y un día que daba la guardia en Palacio, como grande de España, y mencionaba por centésima vez, durante la comida, el combate terro-naval de Cabo Negro, le dijo de pronto la reina: Mira, Villamelón; varía alguna vez, y que no sea siempre terro-naval... Siquiera por hoy, que sea navo-terrestre.

Voy á escribir á algunos caballeros conocidos, que andan necesitados; porque la corte traga mucho: voy á procuraros hasta carroza; en cuanto á lacayos y cochero, yo haré que vengan buenos; las libreas se comprarán hechas... y la espada, la espada es lo primero: yo tengo aquí una buena espada de corte, pero no vale ni la centésima parte que esa empuñadura y esas conteras; se montará al momento...

Y reía mirando a la inocente doña Pepa, que allá en el otro banco explicaba por centésima, vez a la italiana, los portentosos milagros del patrón de Alcira, con el anhelo de que la extranjera pusiera su fe en el santo, dando de lado a todos los bienaventurados de su país. No crea usted continuó la artista que yo le he olvidado en este tiempo. Soy su amiga y lo de usted me interesa.

Hablaba con un entusiasmo, con una unción, de su adorada, que daba pena el considerar lo engañado que aquel hombre vivía; digo, daría pena a cualquiera que no estuviese, como yo, profunda y vivamente llagado por el desprecio de otra pérfida. Ruborizado como un colegial y tembloroso, volvió a hacerme por centésima vez confidente de unas niñerías que nunca me parecieron tan ridículas como entonces.

El padre le había dicho también, que veía con sumo disgusto, su amistad con el Varguitas de la otra banda, por la centésima vez, y cuando en esto estaban, hizo irrupción la madre en el despacho, y adhirió su protesta a la de don Bernardino, significando que había observado ciertos paseos y ciertas ojeadas entre Susana y el primito que le olían a festejo descarado, lo que hizo enfurecer al padre.

Pero la señora Chermidy pensaba que sería más digno de ella tomar un millón sin dar nada en cambio, y guardando siempre la superioridad sobre el donante. Un día que el viejo deliraba a sus pies y renovaba por centésima vez el ofrecimiento de su fortuna, ella le dijo: Acepto, señor duque.

Emilio, creyendo sin duda que aquel señor vendría a pagárselas, díjole que tenía cuatro, de las cuales era la más antigua la del buffet de un baile dado tres años antes en honra de Currita, y que el día anterior se las había remitido todas juntas por centésima vez, sin haber logrado aún cobrar ninguna.

De los primeros en llegar era el insigne portugués don Raimundo, después de dar una regular batida por las aceras del Cabildo y del Palacio de Gobierno, tarea que llevaba a cabo con el arte de un consumado polizonte; llegaba malhumorado, porque él decía repugnarle en extremo esta caza cotidiana al deudor olvidadizo, verse obligado a acechar a cada uno, correr detrás, cogerle por los faldones y recordarle por la centésima vez, por la milésima vez que en tal fecha le hizo tal préstamo, y esto todos los días, y siempre sin resultado.

No hablaba una palabra del presente: dejaba en pie aquella crítica despiadada del viejo revolucionario, despreciándola como un sueño de ideólogo, y se enfrascaba en su canto al pasado, afirmando por centésima vez que habíamos sido grandes por ser católicos, que en el momento no lo fuimos, todos los males del mundo cayeron sobre nosotros, y hablaba de los excesos de la revolución, de la tormentosa república del 73, cruel pesadilla de las personas sensatas, y del Cantón de Cartagena, el supremo recurso de la oratoria ministerial, una verdadera fiesta de caníbales, un horror jamás conocido en la tierra de los pronunciamientos y guerras civiles.